lunes, 4 de febrero de 2013

UN APURO QUE ATRASA



Signo de época, la puesta al aire de inconciliables antagonismos apuesta revivir la melodía de una "revolución permanente", que la letra chica de los pobres argumentos y las proporcionales réplicas desmiente hasta el hastío. Otra inflación encubierta, esta vez del discurso público, que la sobreactuación de oficialistas y opositores rivaliza en maquillar. El consenso generalizado por el-respeto-a-las-diferencias oficia en formación reactiva una agresividad verbal correlativa a la absoluta coincidencia de los confrontantes acerca de la inevitabilidad del modelo: el de la sociedad de mercado en un mundo globalizado bajo su imperio. La coincidencia de premisas y metas fuerza una parodia de polémica, funcional a las postulaciones acerca de quiénes y cómo rivalizan en mejor gestionar y administrar la ideología hegemónica.

La idea de estas líneas es establecer algunos de los mecanismos que intervienen en el compromiso de la subjetividad con tal estado de cosas, en particular los referidos a la memoria, el pensamiento y el conocimiento de la realidad, en función de la posible elaboración de los duelos por el pasado social reciente. El objetivo que las guía coincide en la inteligencia de que un análisis acerca de los comportamientos de la subjetividad social, interpelando las teorías establecidas en torno a la función sujeto, pueden hacerlas avanzar, entre otras direcciones en la que me interesa, en torno a los destinos de la pulsión en relación al lazo social, al trabajo y a la sublimación.

Para empezar, quisiera referirme al hecho paródico de tomarse por discusión política la imposible, por inconducente, riña entre idénticas posiciones, coincidentes en proponerla como ejemplo de recuperación histórica, la del retorno de "la política". Un rescate de su exilio frente al terror de los 70, el conformismo de los 90 y, la miseria del 2000. La operación, por la que un contenido psíquico es negado bajo la coartada de exhibirlo, fue descripta por Freud como fetichismo. La elaboración de la soberanía de los sujetos sociales perdida en los mencionados hitos hasta alcanzar su mayor expresión en las movilizaciones contra la falta de representación de los gobernantes, en las visiones alternativas de democracia directa y autogestionarias y en los ensayos de organización productiva a cargo de sus agentes, han quedado asimiladas al "logro" del retorno de confiar en las virtudes benefactoras del Estado, al módico precio de dejar todo en sus manos. 

A diferencia con el pasado en el que aquella consigna, de poner todo en cuestión por cuenta propia, tenía por correlato el paso de la crítica por el de la acción, la contundencia de los discursos induce hoy a un caro equívoco: el que la violencia de las palabras simule una lucha radical en torno a causas y fines, sin que la potencia de la reflexión que debería orientarla evite que se consuma en puro acto verbal (flatus, bah…).

Así, el abordaje de las cuestiones, que la cotidianidad presenta, naufraga en el vértigo farragoso de incesantes "novedades" que embotan los sentidos, absortos en la espectacularidad de escándalos y falsos enfrentamientos entre clonadas posiciones.
Ya hace tiempo que la máxima polarización presente en los discursos es la que se disputa el centro, la equidistante distancia de todo extremo: El de la izquierda tan evitado como el de la derecha a la hora de no espantar a un electorado hipersensible a los fundamentalismo de cualquier signo. Lo demuestra la evidencia de que nadie se asuma francamente como capitalista sin, antes aclarar, su rechazo a sus modalidades "salvajes" (Reagan, Tatchers, "los 90") y demoníacas (el neoliberalismo).
Alumno aplicado de las tretas del fetichismo es el periodismo vigente. Su profesionalización ha impuesto un "formato de manual" funcional e incluso superador del sentido que más que servir modeliza. Lo dicho sobre la superficialidad de los "debates", inmunes al recurso a toda razón estructural parece estar destinada en exclusiva a sostener la audiencia, algo a lo que se aspira en clave de video clip: denuncias, caricaturas, chicanas. Frente al riesgo de extinción del espectador por "desatención", en rigor", de su dispersión por deslizamiento hacia mensajes de banalidad equivalente, se trata de suscitar su identificación con lo percibido en "tiempo real" con las virtudes de lo verdadero o real. Es decir, lo portador del valor merecido por lo que "está sucediendo", induciendo en el espectador la coincidencia y sustitución de una experiencia subjetiva que abona su creencia en haber sido partícipe de la realidad. Es evidente la interesada vinculación que estas certezas tienen con las promocionadas metas de "participación", "protagonismo" e "inclusión" presentes en todos los discursos de la moral política a cargo de la instrucción cívica.
Es obvio que el de la reflexión, del pensamiento, es el opuesto al tiempo, instantáneo, e inmediato del reflejo. Los de estos últimos, con la univocidad de la fisiología se enfrentan a los propios del sujeto en lo que hace a su equivocidad, que son los de la imaginación.

Un salto que retrocede

A poco de su debut en la opinión pública la noción de persaltum, sufriendo en su recurrente enunciado idéntico trámite que el de su ignorada enunciación, ha pasado al olvido solapada en la sucesión del "más de lo mismo" que ocupa la pantalla.

La alegoría freudiana del block maravilloso, que confinaba la funcionalidad de la percepción de la conciencia a la fugacidad del testimonio sensorial de la realidad en su inmediata disolución, buscaba mostrar como esa discontinuidad estaba dispuesta en función de las demás instancias del psiquismo. En primer lugar la del pensamiento, que teje su labor gracias a la fijeza de las huellas que sostiene la memoria de lo vivido en su demora. Detención esencial a la tarea del psiquismo de recreación-creación de la realidad. El sujeto supuesto a esa función proveerá los motivos a esa función, tarea en cuya solución encontrarán cauce los propios.  

Circuito en el que se libra un compromiso entre objetividad y subjetividad, que nada sabe de la alianza simplificadora que proclama como única verdad la que la realidad propone.

Al margen de la estricta definición jurídica del concepto de persaltum, a nuestros fines de ver su correspondencia con las lógicas presentes en la discursividad de lo social y político, basta con las nociones surgidas de su puesta en uso. Tanto, las que vertebran las acciones y justificaciones del accionar del poder como las que racionalizan los consensos a favor o en contra de los sujetados a sus mandatos.

En los textos elementales el persaltum se describe como el recurso jurídico que permite saltear los pasos establecidos en el normal desarrollo de una causa, desestimando factores prescriptos regularmente. En otros términos, válido en cualquier juego, el ingenio de saber tomar los atajos de las reglas a favor de alguna de las partes. 

Mi interés en mostrar la homología de ese circuito, que apela a la excepcionalidad en provecho de lo propio, es destacar la homología de ese modelo con el registrable en la subjetividad social cuando relativiza y suspende los imperativos legales cuando tal acto conviene a sus intereses frente los de sus semejantes. "Acá la ley somos nosotros", fue siempre la fórmula de recibimiento en cualquier campo de concentración.

La ceguera de las insignias

Para profundizar en esas modalidades de la subjetividad voy a centrarme en los mecanismos de reacción de los sujetos ante las pérdidas resultantes de hechos socio políticos, sean víctimas o responsables como testigos. Es obvio, que lo mencionado como mecanismos describen siempre, a pesar de las circunstancias, opciones de sujeto, siempre determinadas en última instancia por su singularidad deseante, aun cuando su masividad pueda aparentar la uniformidad asignada  las situaciones límites.  

Con la reserva de posible extrapolación es posible asimilarlas a las estudiadas por el psicoanálisis como reacción de un sujeto frente a la pérdida de un objeto significativo por su ligazón libidinal y narcisística con el mismo. En esos casos, quien la sufre ve amenazada la continuidad de su identidad y percibe que ya no dispone de los medios que tramaban su entorno afectivo y daban sentido a su ser.

Dada la "naturaleza" simbólica en que transcurre la realidad de un sujeto toda pérdida, amen de la carencia actual del objeto en cuestión, carga con la resonancia de la disolución del vínculo libidinal originario que, como deseante, lo hubiera constituido. A esto se suma el corte con la vía reencuentro con la satisfacción primera instalada en su historia . El que esa falta fundante, transite el desfiladero del significante no supone que sus carriles sean autoportantes y que su función de representancia nada deba a la vivencia que se sirve de su tránsito. La prueba es que la reposición de su vacancia precise de otra materialidad que la disponible en el mercado de significantes. El punto es que la superación de una carencia, suceso que no por permanente sea siempre advertido, precisa que el deseo desligado vague errante hasta recalar en un sustituto, que restituya el circuito fantasmático interrumpido o, en su defecto repita en insatisfacción, la fidelidad al goce inaugural privada de renuncia: porque como aquel no habrá ninguno igual.
Destino que dependerá del grado de corte que el sujeto haya consumado según se trate de un irrenunciable "amor propio"  o, el resignado recuerdo de un pasado sin retorno.

Un espacio que no da lugar

Es en el registro anterior que resulta una incongruencia decretar un espacio a la memoria. Para el caso el asignado a la  ex ESMA fundado en el imperativo de impedir el olvido. El hecho padece un vicio de origen responsable de las contradicciones y malestares que viene acompañando su existencia. En ese punto, mi posición, es que ese imperativo anula el propio fin al que, se suponía, estaba destinado el proyecto: recordar-pensar lo sucedido en el pasado.
La positividad de organismos, siglas, programas, actividades y declamaciones conspira con la necesaria inducción de una reflexión que de fe, desde el presente, de los deseos en los que los faltantes, por desaparecidos o ausentes, en la irrecuperable transmisión de los maltratos vividos tuvieran ocasión de reencontrarse con las subjetividades sociales.  Los que, entonces, legatarios de una continuidad, intransferible sino en la actualización con que aquellos deseos se reconocerán en la vivencia de los propios. Esto, a pesar de que las "consideraciones a su figurabilidad" renueven los medios de su representación,  acorde a los tiempos históricos presentes, podrán restablecer una filiación de sentido a compartir entre los sujetos políticos que el recuerdo convoca.
Es evidente que la transferencia de memoria, que en ese caso, procura el recuerdo de lo que nunca fue más que en la vocación militante; aquella que tiene por causa lo "aun no sido", resulta condición compartida del encuentro con el inconciente y de la revolución social.

Es preciso retornar a lo dicho acerca del desmentido de la asimilación de la "realidad" a su percepción, desconectada de las huellas de lo vivido por un sujeto, cuando hace lo que lo hace. Es por esa consustancialidad, fundante de subjetividad en acuerdo de lo ajeno y propio, la que explica el efecto desorganizador de toda pérdida.

Lo que todo duelo tiene de violencia, pena y dolor mal puede ser sub-sanado  con la exterioridad de artificios supletorios que alivien la herida que deja una pérdida, a mera reposición e lo otro exterior ausente, negando que es parte propia. De ese equívoco, confundir reparación con el ilusorio intento de procurar un repuesto al faltante, ya que es esa misma pérdida la que da a éste ese estatuto. El que, a su vez, dará razón al sufrimiento de su carencia, cuando actualiza aquel hueco que alojara la ausencia del goce que lo forjó y que su actual presencia reaviva.

Esa correspondencia entre memoria y duelo se ilumina en una fórmula de Horkheimer: todo olvido es una reificación y toda reificación un olvido. Apostar al objeto, para el caso el del recuerdo fetiche que aporta para el monumento y convoca a la capilla, pero no construye esa memoria que implica la transmisión de una falta disparadora de soluciones inéditas porvenir.

El disparador de este comentario fue la intervención del ministro de Justicia de la Nación, en torno a la memoria y los derechos humanos, en cuya enunciación se adjudica una representación de lo social pleno en cuyo nombre habla, indiferente a que se posiciona vocero de un lugar cuya condición de universalidad surge en tanto vacío de toda particularidad y, menos aun, de todo partidismo. Una legitimidad que el funcionario, en rigor, debería garantizar y que sólo el devalúo de la institucionalidad vigente explica como indistinción entre lo público y lo privado.

Asistimos así a otro abuso del persaltum, en el que lo público como es la producción de sentido respecto de nuestra historia común, resulta expropiado y manipulado a favor de una de sus partes. Para colmo, el promocionado todo ni siquiera cuenta con el quórum de sus subordinados, forzados a engrosar un consenso inexistente.

La trayectoria del persaltum tiene historia. Su reconstrucción tiene un punto de inflexión. Fue cuando el recuerdo del terror y de una sobrevivencia atravesada de ambivalencias, hizo que una mayoría de la sociedad se negara a encararlo. Es decir, a abrir juicio sobre la historia de una época que culminó en el terror de la dictadura militar, oponiéndose a un debate sobre las causas y responsabilidades colectivas que pervirtieron el ejercicio de la política, en el cual la violencia jamás es ajena, en abierta guerra civil. La consecuencia de esa evitación fue la reducción de ese análisis a un enjuiciamiento moral en abstracto al uso de la violencia como instrumento social, eludiendo interesadamente la toma de conciencia de las causas y de los fines que en esa vía se proyectaban que, así, naufragó en la desmesura trágica de una retaliación que tomó el relevo de toda deliberación posible. 

Ese primer persaltum impidió el tratamiento a fondo de las causas de la violencia política al traducirla en clave de guerra, una indagación que hubiera ayudado a abordar las razones del desvío y agotamiento de una movilización social, que abortó en estrategias negadoras de sus mejores tradiciones. Me refiero a las que calibraban la acción política acorde a los ritmos del movimiento real de las masas, en función de su horizonte de conciencia alcanzada y a las premisas que entendían lo social patrimonio de estructuras transindividuales y no efecto de defectos morales aniquilables en la persona de sus portadores. .

Persaltum fue también la ecuación usada en el remplazo de las categorías políticas por su muleto reivindicativo en razón absoluta por DDHH, confusión justificada en su momento, por la prioridad de proteger a los militantes de la represión. O sea, la imposibilidad de pensar la política fuera de las cuestiones de vida o muerte vividas que exigían las condiciones de la dictadura militar; en la qué el horizonte –prepolítico— se limitaba a garantizar el respeto por el elemental derecho a la vida, aun renunciando al proyecto de elegir que hacer con ella.  


El restaurant del pasado

La ingesta,  es el modelo elemental para resolver una pérdida: llenarse de nuevo. El fracaso del intento dice del rechazo al trabajo de tramitar el olvido y es la prueba de la dificultad del sujeto en asumir la decepción por la ilusión de completitud que el vínculo roto prometía. Como que es muestra, a la vez, de la contingencia que rige a toda otredad verdadera.

Basta pensar en la resaca de las tradicionales fiestas de fin de año, en las que la euforia apenas alcanza para hacer el aguante de un balance que sepulta, en gula, la inexorable constancia del vaciamiento que las nutre y renueva. 

La crítica del sujeto político, basada en la reconstrucción de su práctica concreta en una particular etapa histórica, tiene en cuenta tanto la coherencia ética de las razones, que su decisión militante accionó, como la consecuencia que la misma tuvo con los resultados y los costos humanos y políticos de su derrota o fracaso. Lo cierto es que esa valoración debe librarse en similar plano, es decir, si bien el conocimiento psicoanalítico de la dimensión inconciente arroja luz sobre los caminos del sujeto, las razones y elecciones determinantes de su comportamiento, en el marco de una práctica social y política, desbordan los marcos del análisis de una subjetividad que se deben más a otras razones ligadas a su juego en el seno de determinantes sociales que exceden los de su individualidad. El que el ideal político integre la meta por el acortamiento entre ambas dimensiones, no absuelve el pase obligado por exigencias que relevan su prioridad instrumental hasta los cambios estructurales que ofrezcan condiciones distintas a su renovación.

El salto hacia adelante que cursa el persaltum, se vale de un anacronismo, el de los modos del proceso primario inconciente, que no sabe de la legalidad irreversible del tiempo que rige la realidad del trabajo-militancia al ser una praxis dispuesta para el acuerdo sumido entre individuos-agentes de un proyecto convenido.

El modelo del persaltum aparece en lo que lo que dice de un pacto de la sociedad de conjunto en no revisar su historia, su auxilio reside en el refuerzo reactivo del imperativo de extenuarla en una memoria compulsiva sobre el pasado, al que asistimos postdictadura. Precisamente, en el persaltum, salteándose las secuencias causales que dan comprensión a los hechos, se repiten recursos de anulación idénticos a los de la neurosis obsesiva, cuando precipitan conclusiones elidiendo y ocultando los nexos y conjunciones que allanarían el sentido de sus premisas.

Caso del carnaval: potencialmente tan expresión de transgresión como de ratificación de la sumisión a lo sagrado… siempre que su contexto sea el de una subjetividad que, ayuno y la plegaria, mediante, consagra la expiación pascual del creyente. En el caso del persaltum los usos y costumbres de la subjetividad cotidiana, operan lo inverso: la oferta de otro "fin de semana largo" aleja toda reflexión acerca de la conmemoración que la efemérides cifra para nadie. 

Pensemos en esta misma dirección lo que puede surgir de una experiencia murguera, de una clase de cocina o de un asado… en consecuencia con la pena por los sufrimientos ocurridos en ese espacio de memoria, de los interrogantes acerca de las subjetividades presentes en víctimas y verdugos y de la responsabilidad de sacar experiencia de lo ocurrido para procesar otras formas de hacer política. Aquellas sensibles a la influencia del espacio, fáciles de evocar como el temor y la indignación justiciera. Otros menos confesables de reconocer como el de otros fantasmas que avizoran el deslizamiento del sadismo con el impulso a la venganza y, los que, ambivalentes, superponen furia con impotencia y culpa con vergüenza, al descubrirse dudando acerca del perdón y la compasión.


Testimonios de empleados convidados al evento, buscando tal vez justificarse, confesaban que de fiesta tuvo poco: se les atragantaba la comida: Es que sólo el exceso de metáfora puede equiparar la digestión con la elaboración psíquica. Es elemental que la ausencia de transferencia, esa condición freudiana que advertía acerca de la imposibilidad de que un sujeto, para resolver las interferencias presentes de su pasado, si no es haciéndolo suyo.

Conmoverse, con los padecimientos de las víctimas, no alcanza para reconocer, como corresponde, sus deseos en su resonancia actual con los propios y mucho menos, sobreponerse al repudio de toda inclinación a sospechar alguna comunidad de sujeto con los goces de los represores. Aun sabiendo, desde el psicoanálisis, de la equivalencia para el superyo entre deseo y acto y de la improcedencia jurídica de condenar intenciones.

Cuando, tiempo atrás, una persona invitada a integrarse al proyecto de la ex ESMA me consultó acerca de cual era, en mi opinión, el destino deseable que pudiera adjudicársele le contesté con la misma convicción que me acompaña en estos días: la oportunidad de pensamiento y elaboración de la realidad presente, a punto de partida en el tratamiento del pasado reciente. Algo no reñido con los juicios de verdad y justicia que vienen desarrollando desde el Juicio a las Juntas que los inauguraran, pero que no los agotaban, quedando como patrimonio de otras instancias de análisis e investigación.  .

Me refería al trabajo específico sobre la relación entre subjetividad, política y ese fracaso de la política que es la violencia social cuando se militariza. 

La buena memoria no olvida la mala

Una actividad de investigación, debate y elaboración que requería precisos métodos disciplinarios (filosofía., antropología, historia, ciencias sociales y políticas y psicoanálisis). El asunto, y la dificultad que la propuesta acarreaba, era partir del reconocimiento de la condición agresiva latente en todo lazo social y, por ende premisa de toda consideración de la violencia política, sin provocar la condena de quienes verían en ello una absolución de los respectivos "errores y excesos" incurridos por los confrontantes. En otras palabras, que mi planteo descontaba la necesidad de dar la palabra a "buenos" y "malos".
Eso incluiría a todos los que por protagonismo o simpatía con los subversores del orden existente como a los ejecutores o cómplices de su ahogamiento por el terror, que por igual apostaban al persaltum  de desconocer la autonomía de los respectivos beneficiarios de su auto asumida misión salvacionista, autorizándose en la urgencia de la razón y la verdad respectiva, para acortar el camino de sus mejores intenciones para con el resto.

"Estamos embarazadas de nuestros hijos", fue la consigna que organizó desde el comienzo a las Madres de Plaza de Mayo, en este claro ejemplo de identificación, recurso vincular propio del estadio oral de la libido, como medio de recuperar el objeto que les fuera arrancado: ser lo que no se tiene", mecanismo que por regresión pretende  negar su pérdida actualizando, en la evocación, la presunta realidad anterior al corte que hubo de instalarlo como sujeto de su destino político, es decir, inscripto en el orden público ajeno al de las lógicas del psiquismo. La indiscriminación de esos planos lleva a que la relación con el objeto transite los dominios de la ficción y la convicción de mismidad que, primarizando la visión de la realidad, así privada de la objetividad que da la referencia a lo social común se confina en las certezas de un pasado sacralizado. 

Banquete-asado: ritual consagrado a negar en el clearing maníaco de performances populistas esa pena que, si encuentra disipación en la psicología de masas, está lejos de equipararse con la auténtica política. Me refiero la que, en cambio, entrena en la autonomía de los proyectos y fines en sus prácticas cuando las privan del derroche de goce que ofrece dejarse llevar por las impresiones de la realidad en crudo.

Llamar espacio de la memoria a un acuerdo general en no trascender las congeladas historias oficiales, haciendo a un lado la competencia intelectual por la acumulación de poder, es otro abuso del persaltum. El que elide el trámite de fundamentar ese objetivo, presentándolo como conclusión de un proceso que se auxilia en el remedo de confrontación entre presuntos antagonismos, lo que en rigor no excede la puja en la interna del sistema capitalista por su versión más aggiornada.
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Más allá de las sobreactuaciones populistas de un lado y los escrúpulos democratistas del otro: la propiedad privada, el libre mercado y la "justa" relación capital-trabajo no se discuten. Ninguna voz denuncia la falacia de igualdad del fifty/fifty: la mitad de la riqueza para una minoría de patrones-propietarios y la otra mitad para los millones de sus productores.

Frente a este estado de situación las posiciones y prácticas, contestatarias y críticas, que pudieran resistir a una reflexión política asimilada a sentido común y pertenencia al medio social, ya pueden apostar al encuentro con reservas libertarias e igualitarias, extraviadas a las que prestar voz y facilitar conciencia para sí. Tampoco alimentar la esperanza, efecto de la anterior premisa, de que ese desencuentro de los sujetos con su esencia alienada acumula, en frustración, un malestar prometedor de un big bang  re fundacional.

Menciono apenas dos razones para desalentar esa ilusión: una, que por lo que el psicoanálisis muestra de la naturaleza del síntoma, aquel en sí que adormecía en el capullo al "hombre nuevo", nada reniega del gemelo que concretamente encarna su lugar en el mundo, otra: que el mercado también está al tanto de ese malestar y sabe sacar rédito de su reciclaje en ofertas alternativas de goce que lo colmen.

En síntesis, enderezando a Clausewitz, llegamos a la conclusión que la guerra lejos de ser la continuación de la política por otros medios es su derrota, arrastrando consigo las funciones garantes del sujeto: la memoria y el pensamiento. 

20 de enero de 2013.  

EL OLVIDO EN OTRO*




Lo que sigue responde a los interrogantes que sigue suscitando la "historia reciente" de nuestra sociedad. Dicha etapa abarca lo acontecido en tanto sus efectos pueden registrarse en boca de sus protagonistas y testigos.
El objetivo, lejos de pretender un agotamiento de todos sus sentidos posibles que la recurrencia de interrogantes sigue denunciando, es el de sumarse a los cambios de perspectiva que el correr de los tiempos va proponiendo a la comprensión de las incertidumbres del presente.  En primer lugar me interesa destacar el hecho de que el lugar  común de las interpretaciones sobre ese período esta signado, en rigor estigmatizado, bajo la clave de la "violencia política". Así, las consecuencias derivadas de un aspecto de esa realidad, el ligado al horror y la muerte, disuelve en el olvido la diversidad de causas y proyectos que la sobredeterminaban, si de rescate de la verdad histórica de la época se trata. En otras palabras, se trata de escapar a una simplificación que recurre como explicación a aquello que debe ser explicado: el porque la praxis política, relevo de la realización del sujeto individual, tomó esa alternativa social histórico.

En esa dirección es necesario distinguir entre la función de la violencia, en tanto empleo de la fuerza en aras de la disputa por los consensos necesarios a la construcción social, al recurso a la guerra como medio de liquidar, en vez de resolver los términos que se le oponen.

En el mismo psicoanálisis la ley que ordena lo social requiere de un crimen fundacional: el asesinato del jefe de la horda, representación mítica de lo que la hominización impone como renuncia obligada a la plenitud de la satisfacción animal supuesta al paraíso por el pasaje a la cultura.

La medida de esa violencia la da la restricción brutal que sufre el gorjeo del lactante cuando somete su potencia de expresión a los pocos sonidos que admite la lengua materna para gestionar la lucha por su vida.

Para des-estigmatizar la violencia basta sustituir la impronta destructiva asociada a su nombre con la opuesta función identitaria que su negatividad ejerce, esto es, del recurso discursivo del que se sirve la constitución de las individualidades desbrozadas del magma de lo real-social previo. Condición de corte, imprescindible, en toda invención de orden en la deseable reunión de diversidades, sólo así, constituidas. Las modalidades de convivencia se rigen por discursos de poder simbólico, pero representativos de fuerzas sociales en puja --política.  

El sentido común describe con la expresión "patear el tablero" el fracaso de la violencia instrumental descripta contenida en los marcos de la sociedad a la que sirve, y experimenta como guerra el retorno de la inhumanidad que su proporcionado empleo contenía. Ruptura de un equilibrio que grafica la doble faz de todo documento de civilización como documento de barbarie.
Contingencia ajena a las buenas intenciones y los mejores propósitos que, como Freud lo justifica, sucede a las tentaciones del "todo o nada" frente a los costos desmesurados que la cultura impone en aras de la vida en sociedad. Lo cierto es que Freud, salvo en su repudio a la guerra, para él pura pulsión de muerte, cuenta con violencia, la agresión, la destructividad y, aun, la crueldad en toda consideración del sujeto. 

El sujeto individual no escapa a estas mismas vicisitudes, también él deberá decidirse en su realización por acatar la tregua de una guerra perdida de antemano, como es la que resultaría del empecinamiento en el "quiero todo, ahora".
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Todo eso en condiciones de desenvolvimiento ideal: en los hechos el problema se presenta cuando, por disparidad entre las exigencias de sus demandas por la fijeza de sus pulsiones o el apego narcisista  que las hace innegociables como por la inadecuación de lo encontrado a lo deseado, aquella tregua se hace insostenible. Ese cambio de las condiciones en que el sujeto puede dar sentido a la postergación o frustración de su satisfacción se instala como trauma.

Lo irreductible de ese desencuentro instala en el corazón del psiquismo un núcleo extraño y hostil a la armonía de sus funcionamiento. Lacan lo describe con un neologismo que traduce su naturaleza mixta: extimidad. Está hablando de aquello interior-exterior que conjuga lo ajeno y hostil con lo conocido y familiar y que detona reacciones tan intestinas como extranjeras contra la entidad parasitada que lo enfrenta y resiste, procurando dominarlo.   

Enzo Traverso, historiador italiano, en su libro A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945,  propone una tesis iluminadora de lo que vengo desarrollando. En ella declara caduca la clásica diferenciación entre guerras "entre estados" y "fratricidas" afirmando la realidad de una actualidad en la que todas se libran contra los civiles. Es decir, contra los "semejantes". 
Sus argumentos giran en torno a la disolución de las restricciones que reservaban las antiguas conflagraciones a la oposición entra Estados constituidos en la integridad de sus respectivos territorios y regímenes jurídicos.
El hecho que el autor advierte es el de la disolución de los límites que confinaba las posiciones en las que se desarrollaba la contienda a las fronteras geográficas, jurídicas y culturales de las entidades que la habían acordado declararla. Esto hacía al reconocimiento retórico –el crimen de la guerra no desprovisto de leyes regulatorias--  de la juricidad del hecho que, de ese modo, tenía por objetivo final la neutralización de la potencialidad bélica de los contrincantes –sus respectivos ejércitos.
En cambio lo que se conoce como Guerra Civil parte del no reconocimiento mutuo de la condición de beligerante de sus participantes. Es el caso de los "alzados" o "irregulares" que surgen, precisamente, a partir del repudio al orden institucional que conforma las entidades enfrentadas en razón del derecho asumido por disputarlo y suplantarlo por una alternativa propia. En punto es que esta modalidad, primeramente reservada a las luchas  nacionales revolucionarias o liberadoras, se extendió al resto de las guerras asumidas como "Guerra Total". A partir de las transformaciones ocurridas en el curso de las "Guerras Mundiales" europeas, "progreso" tecno científico mediante (medios de destrucción masiva: nucleares y bacteriológicos) cada vez más la beligerancia fue direccionada dirigida contra la población civil y sus recursos naturales y productivos, priorizando su aniquilación física y su inhibición por el terror por sobre la neutralización de la potencialidad bélica de sus fuerzas armadas. Son un ejemplo de esta realidad la suspensión de las Convenciones de Ginebra reservadas a sus ejércitos regulares y a la regulación de las guerras convencionales para las que fijaban reglas –protección prisioneros vs. el "derecho" a la ejecución de los "no-uniformados" y a sus extensivas jurisprudencias en la llamada "guerra sucia".

Si nos ocupamos en simultáneo de pensar la alteridad constitutiva de los sujetos se hace posible encarar de modo no dilemático el recurrente problema ético-político entre "medios y fines", sin necesidad de apelar a trascendencia religiosa o imperativos morales alguna.

Este es, en mi opinión, un modo de responder al tema de la responsabilidad frente al semejante que no transite su sacralización que saltea en religioso per saltum una postura prescindente de los argumentos políticos, históricos y éticos de las subjetividades involucradas en la consideración de la violencia social. El ejemplo cercano es el de la polémica planteada por el filósofo Oscar del Barco hace unos años bajo la promulgación al mandamiento del "no matarás" como premisa absoluta por sobre toda otra consideración.

El dilema de si los fines justifican a los medios se resuelve antes que en la sumisión a un mandato transcendente a lo humano, como es en el sagrado el "no matarás" que lo unge, en el cuidado del semejante como medio para la preservación del fin propio. Más allá de todo altruismo el sujeto preserva en la vida de su semejante la realización de la humanidad a la que constituyendo lo constituye. Una transversalidad bien entendida ya que la toma de posición transcurre en la horizontalidad de la fundamentación entre sujetos políticos y sus proporcionales responsabilidades y no en la inconmensurable asimetría del trato con la divinidad.    

Freud, en el Malestar en la Cultura, reacciona como ante pocas cosas frente a la propuesta cristiana del "Amarás a tu prójimo como a ti mismo",
Una reacción digna de indagación ya que proviene de alguien que sabía traducir convenciones y prejuicios en contradicciones esclarecedoras. Lo cierto es su indignación por el absurdo que suponía pretender tratar con amor a aquellos de quien sólo cabía esperar explotación laboral, despotismo, abuso sexual y ejercicio de tendencias criminales. La manera de avanzar en la dificultad freudiana no puede ser otra que recurrir al propio Freud: el mandamiento que funda la serie es el de "Amarás a fu dios por sobre todas las cosas". Un giro que concluye allí desde donde parte siempre que el odio abra la distancia de una mismidad tan amorosa como fatal.

En su Psicología de las masas Freud establece un esquema que fija las condiciones y la dinámica que rigen las posibilidades estructurales del orden social entre sujetos: el lazo que los liga se tiende en torno a la identificación común con un tercero que opera de pivote al tiempo que se consolida en la distinción que instala la producción de un "otro" exterior a dicho acuerdo. O sea la contratara de la fundación de pertenencia es la emergencia de la frontera de lo extranjero. De la intervención de contingencias históricas, sociales, económicas, política, ideológicas, etc. dependerá el grado en que esa distinción originaria sea el grano de precipitación de modalidades de agregación social que precisen dar sustancia a ese corte identitario: la discriminación se hará segregación y la exclusión del marginal se asegurará en la solución final de su aniquilación.  de aquel que el lazo preciso fabricar como distinto, sin otra razón que la funcionalidad olvidada que lo forjara como prenda de una unidad basada en la diferencia. En otras palabras, la desmesura mortífera del enemigo sepultando la utilidad del vecino delimitando el ámbito de lo propio.
El terrorismo de estado, la tortura y la desaparición del otro son los recursos que tales intenciones tomaron en nuestra historia reciente. De ser así, la deuda social pendiente pasa por la amnesia de ese mecanismo forjador de ese otro requerido en la respectiva identidad de las partes –¿partidos?-- en juego.

Si el trauma significa la permanencia tóxica del pasado su elaboración deberá transitar el camino que el recuerdo abre al olvido del otro de su deseo que por exceso o defecto extravió su logro.  

Elaboración, equivale entonces más que al encuentro con la verdad su construcción. Es obvia la diferencia con el arreglo de cuentas que el arrepentimiento religioso concede en términos de responsabilidad del sujeto: el reconocimiento de los deseos del primer caso en sus consecuencias presentes en nada se asimila a la absolución que la segunda opera cuando la negación de la falta que pudo causarlos se premia con la gracia de un amor que los hace irrelevantes.  

La verdad tramitada por la confesión, voluntaria o forzada, es en nada equivalente a la que la elaboración psicoanalítica tramita. En el medioevo el prestigio de la confesión era tal que se recurría a la tortura para que el pecador gozara de sus ventajas redentoras: renovación del pacto de "protección" con la divinidad que en la actualidad suscribe el Estado en la funcionalidad de los seculares rituales cívicos de sus consultas electorales. El dispositivo social que lo encarna reproduce el de la sujeción individual. Así como la "angustia social" cede a la "conciencia de culpa", en el caso del sujeto colectivo la identificación con los ideales privatiza la otrora vergüenza, es decir la amenaza de des amor como castigo por la falta a la comunidad, en problema de conciencia particular. La violencia que otrora la sanción social directa exponía queda disuelta en la impersonalidad administrativa del Estado y sus "disciplinadores".

Lo deuda social antes mencionada exhibe como síntoma de su imposible amortización. Es decir, el fracaso en la elaboración, en el insistente testimonio de los sufrimientos evocados y en la renovada condena de sus ya probados culpables. La negación, que el terror impuso en el pasado, cedió con la democracia a cierta sobreactuación reactiva cuya prueba es la inexistencia de voces que asuman, aun críticamente, su compromiso con la dictadura. El "prohibido olvidar" o peor aun, "la obligación de recordar", aparecen en cambio como muestras de la mala conciencia de una subjetividad social temerosa de que le sea ejecutada la deuda por haber sobrevivido a la muerte.

La concepción de la verdad a la que se accede arrancando la tapa que la oculta tiene por función negar la razón de su amnesia: la de la actualidad de los deseos que eternizan el hueco que los mantiene irresueltos en el pasado y que la repetición conserva en el olvido. Otra versión de la verdad, en cambio,  la hace emergente del desmonte de los medios que resisten al olvido.   
Recuerdo haberlo escrito de este modo en La fidelidad del olvido: "En Freud  el recuerdo, el ejercicio de la memoria, no estaba destinado a cubrir los huecos que una época pudo dejar, sino a interrogar al sujeto sobre los rellenos que ocultan los de su actualidad".

Es en función de la necesidad de elaborar el pasado y escapar a la repetición de una memoria reservada a impedir el olvido, que adquiere sentido hablar de responsabilidad histórica y política. Algo, que no se no se libra en el pasado sino en la actualidad de sus resonancias en el presente. El tema de la elaboración de la memoria enquistada se complica porque se asimila a los reclamos de absolución o indultos disimulados en propuestas de reconciliación, que encubre la exculpación de los responsables de delitos  en nombre de intereses abstractos o superiores como son la homologación de todas las culpas por igual y la necesidad de restablecer la unidad de la comunidad. Recordemos lo dicho acerca de los lazos sociales fundados en la referencia al ideal y sus efectos de odio y segregación.

La experiencia argentina ha demostrado como la lucha contra el olvido en demanda de verdad y de justicia de las Madres, los Hijos, los organismos de DD.HH y la militancia social y política hizo posible que la reacción al dolor y al sufrimiento por lo sucedido tomara el camino de la venganza y perpetuara la ceguera del trauma y la repetición de sus efectos. 
Tal vez, es mi posición, haya llegado el tiempo de profundizar los niveles de elaboración hasta ahora dispuestos. El objetivo tiene por doble propósito liberar la subjetividad social del cerrojo que la fija a un pasado de muerte y horros y, en el mismo movimiento, disponer de una potencia de pensamiento que no derroche la parte de realidad negada en la exclusión de lo propio en el otro.
Es de mi consideración si a las necesarias reparaciones jurídicas y políticas, imprescindibles, no para entrar en el túnel del tiempo y modificar el pasado sino para restablecer, en el ejercicio de las inculpaciones y deudas sociales y de justicia correspondientes, la trama simbólica que las trasgresiones ocurridas hubieran dañado, no deberían sumarse lo que podría designarse como reparaciones subjetivas.

Voy a exponer dos ejemplos de reparación subjetiva en los que pueden visualizarse algunos mecanismos intervinientes y sus distintas consecuencias:

En el primero, G.F., en una entrevista publicada en el diario Clarín (22.IX.12), el relato de sus padecimientos durante la dictadura militar deja lugar en lo que para ella supondría dar término definitivo a la continuidad presente de los tormentos del pasado.

En el año 1976, a los 19 años, siendo universitaria y ex militante estudiantil, es secuestrado, torturada y violada durante tres días. y torturada. Liberada se exilia en España donde reside. Durante 25 años se resiste a recordar e incluso a comentar todo aquello que pudiera evocarle lo sucedido hasta que en ocasión de una aplicación de acupuntura con electricidad comienza a recordarlo: "…de pronto, un pasado mil veces borrado, enterrado y olvidado se me transformó en palabras, en narración y en lágrimas y escribí un libro: Detrás de los ojos".  "Comprendí entonces que el odio y la sed de venganza no me ayudarían a apaciguar ese dolor que vuelve con el recuerdo y se despertó, en cambio, el deseo, la necesidad casi, de encontrarme alguna vez con esos hombres cara a cara, sin venda en los ojos esta vez en mí el recuerdo. Hablar con algunos de ellos como hablan dos personas adultas de algo que les concierne, de algo que ha tenido y tiene un especial peso en sus vidas". "Mirarnos a los ojos y reconocernos, poder hacerles preguntas, ahora ya sin miedo, de igual a igual, sin violencia y sin amenazas. Explicarles lo que sentí y poder oír lo que ellos quieran decirme, juntar las partes de una escena pasada siempre viva".
Relata que, tiempo después, visitando el lugar de detención sintió sensaciones extrañas e inquietantes precisamente en relación con agresiones sexuales. "En la sala de tortura todo era extremo y también claro: dolor, gritos, violencia en estado puro, odio, terror gritos desgarrados, llamar a mi madre, el tiempo se detiene y el mundo entero que se derrumba"
"Es el pozo más profundo, el lugar al que no se quiere volver ni siquiera en el recuerdo, imposible de revivir, el punto negro al partir del cual se cae y se cae e un agujero sin fin, clavado en mi cuerpo para toda la eternidad"
Pasillo camino al baño, cuenta lo insólito de que mientras la manoseaban le hablaban: "Cuerpos sin caras, manos sin cuerpo, penes sin identidad, sin ojos, sin rostros. Lo que estos cuerpos me transmitían ya no era lo mismo que en la tortura, era algo distinto como desesperación, como angustia… de soledad y de locura, una desesperación que buscaba sosiego en ese contacto fugaz, torpe absurdo, grotesco 
"Sentime", mormuró una voz que parecía un ruego, una súplica de consuelo. Se ubica frente a lo ridículo de las abstracciones que la llevado a aquel sótano: en lo más profundo y verdadero todos éramos parte de lo mismo tocar la carne de esos hombres era también tocar sus almas y sentir su propio dolor, su locura  su desesperación: la carne de uno  otro se decía mutuamente su dolor desesperado su terror y las almas contactaban por un segundo al descubrirse en su semejanza en su pertenencia a algo común".

El otro ejemplo es tomado de las conclusiones a las que arriba el protagonista de la novela de Cesare Pavese. La casa en la colina, al término de la Segunda Guerra, en la que hace balance de una posición subjetiva que lo llevó a mantenerse al margen de las definiciones y riesgos que asumió el resto de su generación. "Los encuentros y los hechos de este año me obsesionan, pero que ocurre que a veces me pregunto ¿qué hay de común entre yo y este hombre que ha escapado de las bombas, de los alemanes, de los remordimientos y del dolor? Ese yo que me ve observar con recelo los rostros y las ansías de estos últimos tiempos, se siente otro, se siente desapegado, como si todo lo que hizo, dijo y sufrió hubiera sucedido ante sus ojos como cosas ajenas" "He vistos a los muertos fascistas. Estos me han despertado. Si un desconocido, un enemigo, se convierte al morir en semejante cosa, si uno se detiene y teme pasar delante de él, quiere decir que el enemigo, aun vencido sigue siendo alguien, y que después de haber derramado su sangre, hay que aplacarle, hay que dar una voz a esta sangre, justificar al que la derramó. Por eso toda guerra es una guerra civil: cada muerto se parece al que queda con vida, pide cuenta de su existencia. ¿Qué hacemos con los caídos? ¿Para qué han muerto? No sabría que responder. Acaso sólo los muertos lo sabrán, y sólo para ellos la guerra ha terminado realmente"

Los ejemplos plantean dos opciones frente a la ineludible relación con el prójimo. Lo primero que se advierte es que la primera lo piensa en una relación de diálogo y, por eso, con el prójimo vivo. El segundo, es un monólogo culposo en el que la lucidez solo sirve a la certeza de lo imposible.

Cuanto de la imposibilidad en transformar la realidad, pasada o presente, siempre vivida a causa del otro que la impide, no se aliviarían de recuperar el obstáculo extrañado en él en ámbito de lo propio que lo expulsa.

 15 de Noviembre 2012

*Trabajo presentado en las Jornadas del Dpto. de Psicoanálisis y Sociedad de la A.P.A. en la mesa "Sucesos Argentinos enlatados y enlutados", 2 y 3 de noviembre de 2012. 







El "prójimo", el próximo, lo cercano, algo distinto del verse a sí mismo, posición del sujeto que surge por la invocación de otro sujeto que lo coloca como tal. Invocación que instaura el prójimo significa "llamado" (Espasa Calpe).  Para contar un chiste preciso avisar al otro, apelar a su complicidad en una expectativa de goce que precisa el simulacro de acordar la aceptación de la ingenuidad que opaca el "como sí" el doble sentido no existiera y estar dispuestos a la sorpresa que el remate del chiste va a provocar.

Lacan: el prójimo es la inminencia insoportable del goce" Expansión de lo real que anula el Otro y, por eso, el acceso al deseo.  

LA AUTORIDAD DE LA OBEDIENCIA


Las reflexiones que siguen partieron de escuchar las manifestaciones de R.M., un gendarme que oficiaba de vocero de los acuartelados, frente al Cuartel central en la noche del jueves 6 de octubre.

Periodista TV: si bien reconocemos la legitimidad de los reclamos salariales que Uds. plantean nos preocupa que la forma de llevarlos a cabo amenaza transgredir cuestiones institucionales básicas como es la ruptura de la cadena de mandos.

Gendarme: el problema es que sus interpretaciones parten de colocarnos bajo el Código de Justicia Militar y nosotros nos consideramos ciudadanos con un trabajo particular, el de una fuerza militarizada, y por eso, amparados en un orden superior al de ese Código, como es el de la Constitución Nacional: El mismo que rige para el resto de los ciudadanos y que, por eso, nos garantiza, de la misma manera que a los demás, el derecho a peticionar, a organizarnos para reclamar por nuestros haberes y cubrir las necesidades de nuestros hijos y familias.

A partir de ese planteo el diálogo se estanca girando en torno a la reiteración de los argumentos de cada una de las partes, de modo que a la contenida ofuscación del gendarme corresponde la condescendiente paciencia profesional del periodista, indiferente al desconcierto de su entrevistado, que siente la incomprensión de una argumentación que suponía se bastaba con la certeza que acompañaba a su enunciación y la lógica de sus enunciados.
En tanto que, para el espectador, colocado al margen de la captura de ese "diálogo de sordos", la situación era propicia para detectar, desde una perspectiva crítica, contradicciones estructurales, tensadas entre legalidades formales y legitimidades concretas que, por antinómicas, inhibían en ambos interlocutores la capacidad de pensar el problema en su totalidad.

Es evidente que se trata de esos momentos (acontecimientos?) que, si se supera la sorpresa de una emergencia, a contrapelo del "sentido común" (los guardianes del orden identificados con los que, hasta ahora, debían reprimir por perturbarlo) operan visibilizando la precariedad de confundir la certeza (registro subjetivo) en las bondades del sistema democrático con las condiciones (objetivas) necesarias para su funcionamiento real. Ni más ni menos que sustituir la realidad de un sistema social que tiene como condición la igualdad y la libertad plena de sus miembros, con la vivencia de satisfacción que ofrece la experiencia comunitaria de participar en la suscripción común de sus referentes simbólicos. Un mecanismo fácil de advertir en la analogía que guarda con otra menos llamativa: la del goce que la razón consumista provee en bienes imaginarios (la publicidad),  a despecho de las desiguales oportunidades de consumo que el mercado concreto da a sus concurrentes. 

La funcionalidad de los dispositivos descriptos surge y se continúa en el rol del Estado en tanto productor de los sentidos justificadores de las incongruencias con los postulados formales garantes de la paridad que ofrece garantizar. Dotación de sentido, que la ciudadanía reclama para aventar las inquietudes de  fragmentación que les acarrea la convivencia y que los asumidos responsables de lo público se esfuerzan en disipar, alentando la conformidad con el presente en promesas sobre el futuro y desalentando la urgencia de logros concretos con los fantasmas de pasadas impaciencias (estamos o no mejor que en el 2001!).

En ese contexto, lo decisivo de este episodio es su estallido en el corazón mismo de los aparatos del Estado, precisamente en aquellos encargados "de la seguridad" de una sociedad legataria de un pacto constituyente que confía su ordenamiento a la delegación del ejercicio de la fuerza y de la gestión de la cosa pública (lo común a todos).

Paradoja de un orden fundado en la delegación de una violencia, insoportable en su transversalidad, en un monopolio que termina por utilizarse como medio de perpetuarlo  y perpetuarse. Régimen cerrado que genera y deriva permanente malestar que culminó en la crisis institucional de los últimos días la que, como el caso individual que estamos considerando grafica, en el plano de la subjetividad individual el quiasma que resulta de la sobredeterminación de sus causas con las que definen la escena mayor de la sociedad. De lo cual resulta la justicia de proceder, para comprenderlas, estableciendo sus articulaciones, sin que el respeto por las especificidades de los registros respectivos sea a costa de la mutilación de su mutua implicancia.

La imposibilidad lógica de una aporía que opone legalidades y legitimidades, instancias publicas y privadas, disyunciones entre los regímenes de división del trabajo y las prerrogativas de la ciudadanía, se proyecta en una fractura estructural que opone la potencialidad de sujeto que la Ley detona, con su clausura en tanto puro imperativo de prohibición que alcanza a las propias prescripciones que esa misma imposición hacía posible.

Callejón sin salida Freud describe como la defensa, en nombre de la subordinación al orden establecido, de culturas y civilizaciones que, en mérito a los costos subjetivos que ocasionan para reproducirse no merecen ser salvadas.
 
Por el psicoanálisis sabemos de la doble "naturaleza" de lo humano, que conjuga sus fuentes pulsionales con el tributo que su ingreso a la paga, en "desnaturalización", su pasaje a la cultura y a la sociedad: La condición de dicha hominización es la prohibición, legitimidad fundante de la Ley  que el lenguaje opera sobre la satisfacción originaria instituyendo sujeto, sociedad y cultura en legalidades subsidiarias derivadas de esa verdadera Carta Magna primera.  

Uno de los instrumentos requeridos para el logro de una subjetividad funcional a toda constitución de una sociedad es, por eso, la del respeto que la misma deberá guardar con ese orden simbólico y que se experimenta como relación a la autoridad. Correlativa y complementaria de la misma se impone al sujeto, así interpelado, su respuesta en términos de obediencia. Esa posición es la que resuelve la tensión por la sobrevivencia subjetiva impensable en soledad, al precio de la renuncia, sumisión y/o amor por el poder subordinante del que depende. Lo cual no es sin las singularidades del caso en los que cada sujeto negocia, a cuenta del favor de las ventajas que la realización, en parcialidad, de sus deseos puede arrebatar a las promesas, como total,  del goce..

R.M., 32 años, tucumano, de origen campesino, ex seminarista, ingresa a la Gendarmería buscando realizar su vocación musical, accede al reconocimiento público como vocero de un movimiento que lo hace eco de una demanda objetiva, suma de sobredeterminaciones subjetivas colectivas, que lo coloca en la encrucijada entre las evidencias de una lógica administrativista y la potencia de una vía inesperadamente abierta a procesos psíquicos completamente libres de tales sujeciones.

Involuntario o inconciente equívoco que concluye en formato de blooper lo que asumía como infortunio personal hasta encontrarse lidiando con el callejón sin salida de condiciones de estructura absolutamente al margen de sus propósitos manifiestos y, menos aun, con los de sus presuntos representados que por su boca hablaban. El derrape de sus intenciones corresponde al defasaje entre la formalidad de las legalidades establecidas con las razones objetivas que rigen la dinámica de los hechos considerados: el registro de lo personal acompaña el de lo colectivo en la disparidad del discurso con el de su funcionalidad en ejercicio. Desencuentro olvidado entre las razones estructurales y las que resultan producto de las acciones de sujetos en la historia.

Ocasión oportuna para plantear las articulaciones entre dos nociones habitualmente confundidas en el discurso de los analistas. Hablo de las vacilaciones que dicho discurso muestra cuando de elegir entre el concepto de sujeto y la noción de subjetividad. Para el primero sobran los argumentos y validaciones teóricas que hacen de su entidad un efecto significante, razón del hueco producido por la metonimia de lo imposible del deseo y polo ineludible de la transcripción de lo real en el fantasma y, de ahí, sede y agencia de las posibles realizaciones del inconciente en las formaciones y síntomas que alientan.
En tanto, subjetividad aparece como una especie algo bastarda, de uso vergonzante, casi siempre de empañado en la disculpa por recurrir a la baja estofa de una aleación desprovista de los kilates de la otra. En rigor se trata de dar entidad a lo que resulta de la ineludible respuesta del sujeto, con todos los fueros de su filiación inconciente, pulsional y deseante cuando el individuo o, aun mayor "herejía", la persona que lo encarna o aloja, cuando responde a las interpelaciones de la escena en que transcurre su existencia, a pesar y gracias a las determinaciones que la "otra escena" le imponen. Cruce de instancias psíquicas, configuraciones sociales e históricas, inscripciones sociales, culturales y generacionales de las que resultan, tanto los comportamientos como las formas de asunción de los sentidos resultantes para el protagonista como para los interlocutores de sus actos.

La imagen del vocero del movimiento ofrece al análisis distintas aproximaciones. Desde  la eficacia icónica de la portación del loock "verde oliva", que uniforma el monopolio estatal de la fuerza, hasta lo hibrido de un discurso que asume la pretensión de argumentar, con la suficiencia del acostumbrado a servir de instrumento de la fuerza del Estado como razón última. El asunto es que dicha condensación, es a misma que puede reconocerse en un sujeto en la dinámica de su Superyo, cuando en mortífero abrazo su instancia conjuga el imperativo de alcanzar el imprescindible amor de su Ideal con el  castigo resultante de su permanente incapacidad de satisfacerlo. Lo engañoso, a despejar, es cómo tal disposición parece reflejarse en la división social del trabajo (Estado, brazo armado y ciudadanía) respecto de una consideración social ambivalente, que se quiere ajena a los medios que su exigencia de seguridad reclama y poco y nada quiere saber de su participación en la violencia que sus demandas requieren y que la buena conciencia salva encargando el trabajo sucio a otros (represores y déspotas). Una fórmula que el saber popular expresa y niega cuando acepta a los que cuando gobiernan roban pero hacen, confesión en la que el hacen se refiere a la satisfacción de las tentaciones repudiadas y que Hegel definía con la figura de las Almas bellas".

Hasta la máxima exponente del poder gobernante viene reclamando a la oposición, encargada de controlarla y proponer alternativas a su gestión, de no oponerle liderazgos y propuestas unificadas. Juego de espejos en que el manifiesto encono y controversia no hace sino disimular un acuerdo de base (en lo económico fundamentalmente) que las mutuas denuncias de diferencias esenciales obscurecen en lo inconfesado de una disputa de poder hacer lo mismo pero por cuenta propia (literalidad de la expresión: corrupción y distribución de la propiedad). Esta comunidad ideológica tuvo frente a este tema una unanimidad rara vez alcanzada: todas las expresiones de la opinión pública, desde los políticos de cualquier filiación, hasta los periodistas asumidos voceros de la conciencia social cerraron filas en torno al monoteísmo contemporáneo consagrado del Estado. Si de dios se decía que si faltara habría que inventarlo, del Estado, que de El se trata, nada se dice ya que a nadie ocurre despedirlo o declararlo prescindente.

Cuando R.M., nuestro caso testigo, desconcertado, se queja del desamparo de la Carta Magna ante el despotismo del Código de Justicia Militar, está clamando por la orfandad de ese poder trascendente del que, si bien algunos se sirven a su provecho, tiene la vigencia que la ilusión le otorga en cuanto promesa de un todo, omnisciente y omnipotente, que sabe de los deseos de cada uno como lo prueba el mandato de alcanzarlos al tiempo de condenarte al sufrimiento del fracasar en el intento.

Ninguno de los argentinos que pertenecieron a las generaciones anteriores de la historia de nuestro país y de sus fuerzas armadas y que experimentaron en carne el paso por los cuarteles del servicio militar puede dar fe de lo "obsceno de un imperativo" forzado a instalarse en su subjetividad para conformarla a los requerimientos de la Sociedad en comandita Estado-FFAA.  El adiestramiento conductual consistía en un ejercicio extenuante conocido como orden cerrado en el que el "civil" luego de reclamarse vociferar su propio nombre se profería órdenes pautadas que debía acompañar con las posturas corporales correspondiente: ponerse firme, saludar, corres, arrastrarse por la tierra, etc, hasta automatizar sus reflejos de obediencia frente a cualquier índole de órden.    

El inadvertido representante del ser colectivo va a cobrar en sufrimiento personal y en goce por los minutos de gloria en el escenario, el corporizar aquello que todo el mundo sabe y que se pacta ignorar, reservando como garantía de aventar el desencantarse con la falta de porvenir de esa ilusión universal que es del Estado.

Sortilegios del doble mensaje, del lenguaje en verdad, cuando los tutores celebran la vocación militante de los jóvenes en la misma proporción que éstos reverencian en el poder la concesión de haberlos ungido hacedores de sus destinos. El ejemplo mayor es la consagración de la política decidida en autonomía que ambas partes negocian al tiempo que celebran. Lo que se llama una sociedad de socorros mutuos para la sobrevivencia recíproca.

La explicación de la queja circulante acerca de la falta de debates fundamentales, de la judicialización de la gestión de la soberanía y de la condena de toda divergencia en aras de los supremos valores de la tolerancia y la diversidad con la dudosa excusa del error al pensamiento hegemónico. Otra vez el propio discurso sirve a esa hegemonía cuando evita reconocer la coincidencia de máxima en la disputa por los estilos. Dios, patria y hogar, tradición, familia y propiedad persisten en el ritornello del pensero debolo cuando el pensamiento se inhibe ante el horror por los grandes relatos.

La premisa freudiana del Soll ich werden (allí donde el Ello era el sujeto ocupará su lugar) referida al inconciente se sostiene, a la par en la cruzada por el rescate de la pureza de sus fueros y en la destitución de las puestas en "condiciones de representabilidad", tal como implica su emergencia en condiciones transferenciales presentes en toda escucha.

Cuando R.M. siente que rebota sin salida entre las leyes fundamentales y el código militar, la escucha de los analistas tiene la oportunidad y responsabilidad de despejar los significantes estructurales de los deseos en ella presentes, más allá de necesidades e intereses que los alienan. No para despreciarlos su urgencia y prioridad en nombre de trascendencias espiritualizantes superiores, rol sin competencia ya asumido por la religión y los prejuicios subrogantes. Se trata, en cambio de enriquecer su puesta en acto como sujetos animados a la aventura incierta y riesgosa de transponer el marco de lo convenido en el contrato social imperante a favor de una opción sin más garantía que la certeza de lo insoportable de una repetición que renueva en la servidumbre voluntaria a un amor por la autoridad tributado en obediencia los riesgos del reconocimiento de la coartada que significa saberse dejado de la mano de dios olvidarse de su devoción laica por el Estado, la razón, la ciencia, el consumo. Preguntarse por la naturalización de la violencia (encarnada en sus ejércitos y fuerzas de seguridad) verdadero sustituto de esa fuente de toda razón y justicia antaño reservada a la divinidad y sus encarnaciones: como la patria y la familia. "Soportamos todo mientras no se metieran con nuestras familias", confiesa nuestro representante y se está refiriendo al salario, no en función de un valor enajenado (el del asignado a la gestión de su trabajo en comunidad como al del disfrute de los bienes producido) sino de la proporción que le permita cumplir con su deber de integrar las filas de los deudores de un amor honrable en sacrificios (devengados en plus de valor/goce) que honren con su vida la protección que ese orden estatal les brinda haciéndose cargo de la legitimidad de disponer del poder de dar muerte y del riesgo de reconocer en sí las inclinaciones a delegadas en él. 


15 de Octubre 2012