Signo de época, la puesta al aire de inconciliables antagonismos
apuesta revivir la melodía de una "revolución permanente", que
la letra chica de los pobres argumentos y las proporcionales réplicas desmiente
hasta el hastío. Otra inflación encubierta, esta vez del discurso público, que
la sobreactuación de oficialistas y opositores rivaliza en maquillar. El
consenso generalizado por el-respeto-a-las-diferencias oficia en formación
reactiva una agresividad verbal correlativa a la absoluta coincidencia de los
confrontantes acerca de la inevitabilidad del modelo: el de la sociedad de
mercado en un mundo globalizado bajo su imperio. La coincidencia de premisas y
metas fuerza una parodia de polémica, funcional a las postulaciones acerca de
quiénes y cómo rivalizan en mejor gestionar y administrar la ideología hegemónica.
La idea de estas líneas es establecer algunos de los mecanismos que
intervienen en el compromiso de la subjetividad con tal estado de cosas, en
particular los referidos a la memoria, el pensamiento y el conocimiento de la
realidad, en función de la posible elaboración de los duelos por el pasado
social reciente. El objetivo que las guía coincide en la inteligencia de que un
análisis acerca de los comportamientos de la subjetividad social, interpelando
las teorías establecidas en torno a la función sujeto, pueden hacerlas avanzar,
entre otras direcciones en la que me interesa, en torno a los
destinos de la pulsión en relación al lazo social, al trabajo y a la
sublimación.
Para empezar, quisiera referirme al hecho paródico de tomarse por
discusión política la imposible, por inconducente, riña entre idénticas
posiciones, coincidentes en proponerla como ejemplo de recuperación
histórica, la del retorno de "la política". Un rescate de su
exilio frente al terror de los 70, el conformismo de los 90 y, la miseria del
2000. La operación, por la que un contenido psíquico es negado bajo la coartada
de exhibirlo, fue descripta por Freud como fetichismo. La elaboración de la
soberanía de los sujetos sociales perdida en los mencionados hitos hasta
alcanzar su mayor expresión en las movilizaciones contra la falta de
representación de los gobernantes, en las visiones alternativas de
democracia directa y autogestionarias y en los ensayos de organización
productiva a cargo de sus agentes, han quedado asimiladas
al "logro" del retorno de confiar en las virtudes benefactoras
del Estado, al módico precio de dejar todo en sus manos.
A diferencia con el pasado en el que aquella consigna, de poner todo en
cuestión por cuenta propia, tenía por correlato el paso de la crítica por el de
la acción, la contundencia de los discursos induce hoy a un caro equívoco:
el que la violencia de las palabras simule una lucha radical en torno a causas
y fines, sin que la potencia de la reflexión que debería orientarla evite que
se consuma en puro acto verbal (flatus, bah…).
Así, el abordaje de las cuestiones, que la cotidianidad presenta,
naufraga en el vértigo farragoso de incesantes "novedades" que
embotan los sentidos, absortos en la espectacularidad de escándalos y falsos
enfrentamientos entre clonadas posiciones.
Ya hace tiempo que la máxima polarización presente en los discursos es la que se disputa el centro, la equidistante distancia de todo extremo: El de la izquierda tan evitado como el de la derecha a la hora de no espantar a un electorado hipersensible a los fundamentalismo de cualquier signo. Lo demuestra la evidencia de que nadie se asuma francamente como capitalista sin, antes aclarar, su rechazo a sus modalidades "salvajes" (Reagan, Tatchers, "los 90") y demoníacas (el neoliberalismo).
Ya hace tiempo que la máxima polarización presente en los discursos es la que se disputa el centro, la equidistante distancia de todo extremo: El de la izquierda tan evitado como el de la derecha a la hora de no espantar a un electorado hipersensible a los fundamentalismo de cualquier signo. Lo demuestra la evidencia de que nadie se asuma francamente como capitalista sin, antes aclarar, su rechazo a sus modalidades "salvajes" (Reagan, Tatchers, "los 90") y demoníacas (el neoliberalismo).
Alumno aplicado de las tretas del fetichismo es el periodismo
vigente. Su profesionalización ha impuesto un "formato de
manual" funcional e incluso superador del sentido que más que
servir modeliza. Lo dicho sobre la superficialidad de los "debates",
inmunes al recurso a toda razón estructural parece estar destinada en exclusiva
a sostener la audiencia, algo a lo que se aspira en clave de video clip:
denuncias, caricaturas, chicanas. Frente al riesgo de extinción del espectador
por "desatención", en rigor", de su dispersión por deslizamiento
hacia mensajes de banalidad equivalente, se trata de suscitar su
identificación con lo percibido en "tiempo real" con las
virtudes de lo verdadero o real. Es decir, lo portador del valor merecido
por lo que "está sucediendo", induciendo en el espectador la
coincidencia y sustitución de una experiencia subjetiva que abona su
creencia en haber sido partícipe de la realidad. Es evidente la interesada
vinculación que estas certezas tienen con las promocionadas metas de
"participación", "protagonismo" e "inclusión"
presentes en todos los discursos de la moral política a cargo de la instrucción
cívica.
Es obvio que el de la reflexión, del pensamiento, es el opuesto al
tiempo, instantáneo, e inmediato del reflejo. Los de estos últimos, con la
univocidad de la fisiología se enfrentan a los propios del sujeto en lo que
hace a su equivocidad, que son los de la imaginación.
Un salto que retrocede
A poco de su debut en la opinión pública la noción de persaltum, sufriendo en su recurrente
enunciado idéntico trámite que el de su ignorada enunciación, ha pasado al
olvido solapada en la sucesión del "más de lo mismo" que ocupa la
pantalla.
La alegoría freudiana del block maravilloso, que confinaba la
funcionalidad de la percepción de la conciencia a la fugacidad del testimonio
sensorial de la realidad en su inmediata disolución, buscaba mostrar como esa
discontinuidad estaba dispuesta en función de las demás instancias del
psiquismo. En primer lugar la del pensamiento, que teje su labor gracias a la
fijeza de las huellas que sostiene la memoria de lo vivido en su demora.
Detención esencial a la tarea del psiquismo de recreación-creación de la
realidad. El sujeto supuesto a esa función proveerá los motivos a esa función, tarea
en cuya solución encontrarán cauce los propios.
Circuito en el que se libra un compromiso entre objetividad y
subjetividad, que nada sabe de la alianza simplificadora que proclama como
única verdad la que la realidad propone.
Al margen de la estricta definición jurídica del concepto de persaltum, a nuestros fines de ver su
correspondencia con las lógicas presentes en la discursividad de lo social y
político, basta con las nociones surgidas de su puesta en uso. Tanto, las
que vertebran las acciones y justificaciones del accionar del poder como las
que racionalizan los consensos a favor o en contra de los sujetados a sus
mandatos.
En los textos elementales el persaltum se describe como el recurso
jurídico que permite saltear los pasos establecidos en el normal desarrollo de
una causa, desestimando factores prescriptos regularmente. En otros términos,
válido en cualquier juego, el ingenio de saber tomar los atajos de las
reglas a favor de alguna de las partes.
Mi interés en mostrar la homología de ese circuito, que apela a la
excepcionalidad en provecho de lo propio, es destacar la homología de ese
modelo con el registrable en la subjetividad social cuando relativiza y
suspende los imperativos legales cuando tal acto conviene a sus intereses
frente los de sus semejantes. "Acá la ley somos nosotros",
fue siempre la fórmula de recibimiento en cualquier campo de concentración.
La ceguera de las insignias
Para profundizar en esas modalidades de la subjetividad voy a
centrarme en los mecanismos de reacción de los sujetos ante las
pérdidas resultantes de hechos socio políticos, sean víctimas o responsables
como testigos. Es obvio, que lo mencionado como mecanismos describen siempre, a
pesar de las circunstancias, opciones de sujeto, siempre determinadas en última
instancia por su singularidad deseante, aun cuando su masividad pueda aparentar
la uniformidad asignada las situaciones límites.
Con la reserva de posible extrapolación es posible asimilarlas a
las estudiadas por el psicoanálisis como reacción de un sujeto frente
a la pérdida de un objeto significativo por su ligazón libidinal y
narcisística con el mismo. En esos casos, quien la sufre ve amenazada
la continuidad de su identidad y percibe que ya no dispone de los medios
que tramaban su entorno afectivo y daban sentido a su ser.
Dada la "naturaleza" simbólica en que transcurre la realidad
de un sujeto toda pérdida, amen de la carencia actual del objeto en cuestión,
carga con la resonancia de la disolución del vínculo libidinal originario que,
como deseante, lo hubiera constituido. A esto se suma el corte
con la vía reencuentro con la satisfacción primera instalada en su
historia . El que esa falta fundante, transite el desfiladero del significante
no supone que sus carriles sean autoportantes y que su función de
representancia nada deba a la vivencia que se sirve de su tránsito. La prueba
es que la reposición de su vacancia precise de otra materialidad que la
disponible en el mercado de significantes. El punto es que la superación de una
carencia, suceso que no por permanente sea siempre advertido, precisa que
el deseo desligado vague errante hasta recalar en un sustituto, que restituya
el circuito fantasmático interrumpido o, en su defecto repita en
insatisfacción, la fidelidad al goce inaugural privada de renuncia: porque como
aquel no habrá ninguno igual.
Destino que dependerá del grado de corte que el sujeto haya consumado
según se trate de un irrenunciable "amor propio" o, el resignado recuerdo de un pasado
sin retorno.
Un espacio que no da lugar
Es en el registro anterior que resulta una incongruencia decretar
un espacio a la memoria. Para el caso el asignado a la ex ESMA fundado en el imperativo de
impedir el olvido. El hecho padece un vicio de origen responsable de las
contradicciones y malestares que viene acompañando su existencia. En ese
punto, mi posición, es que ese imperativo anula el propio fin al que, se
suponía, estaba destinado el proyecto: recordar-pensar lo sucedido en el
pasado.
La positividad de organismos, siglas, programas, actividades y
declamaciones conspira con la necesaria inducción de una reflexión que de fe,
desde el presente, de los deseos en los que los faltantes, por desaparecidos o
ausentes, en la irrecuperable transmisión de los maltratos vividos tuvieran
ocasión de reencontrarse con las subjetividades sociales. Los que, entonces, legatarios de una
continuidad, intransferible sino en la actualización con que aquellos deseos se
reconocerán en la vivencia de los propios. Esto, a pesar de que las
"consideraciones a su figurabilidad" renueven los medios de su
representación, acorde a los
tiempos históricos presentes, podrán restablecer una filiación de sentido a
compartir entre los sujetos políticos que el recuerdo convoca.
Es evidente que la transferencia de memoria, que en ese
caso, procura el recuerdo de lo que nunca fue más que en la vocación
militante; aquella que tiene por causa lo "aun no sido",
resulta condición compartida del encuentro con el inconciente y de la
revolución social.
Es preciso retornar a lo dicho acerca del desmentido de la asimilación
de la "realidad" a su percepción, desconectada de las huellas de lo
vivido por un sujeto, cuando hace lo que lo hace. Es por esa consustancialidad,
fundante de subjetividad en acuerdo de lo ajeno y propio, la que explica el
efecto desorganizador de toda pérdida.
Lo que todo duelo tiene de violencia, pena y dolor mal puede ser
sub-sanado con la exterioridad de
artificios supletorios que alivien la herida que deja una pérdida, a mera
reposición e lo otro exterior ausente, negando que es parte propia. De ese
equívoco, confundir reparación con el ilusorio intento de procurar un
repuesto al faltante, ya que es esa misma pérdida la que da a éste ese
estatuto. El que, a su vez, dará razón al sufrimiento de su carencia, cuando
actualiza aquel hueco que alojara la ausencia del goce que lo forjó y que su
actual presencia reaviva.
Esa correspondencia entre memoria y duelo se ilumina en una fórmula de
Horkheimer: todo olvido es una reificación y toda reificación un olvido. Apostar
al objeto, para el caso el del recuerdo fetiche que aporta para el monumento y
convoca a la capilla, pero no construye esa memoria que implica la transmisión
de una falta disparadora de soluciones inéditas porvenir.
El disparador de este comentario fue la intervención del ministro de
Justicia de la Nación, en torno a la memoria y los derechos humanos, en cuya
enunciación se adjudica una representación de lo social pleno en cuyo nombre
habla, indiferente a que se posiciona vocero de un lugar cuya condición de
universalidad surge en tanto vacío de toda particularidad y, menos aun, de todo
partidismo. Una legitimidad que el funcionario, en rigor, debería garantizar y
que sólo el devalúo de la institucionalidad vigente explica como indistinción
entre lo público y lo privado.
Asistimos así a otro abuso del persaltum, en el que lo público como es la producción de
sentido respecto de nuestra historia común, resulta expropiado y manipulado a
favor de una de sus partes. Para colmo, el promocionado todo ni siquiera cuenta
con el quórum de sus subordinados, forzados a engrosar un consenso inexistente.
La trayectoria del persaltum tiene historia. Su reconstrucción tiene un
punto de inflexión. Fue cuando el recuerdo del terror y de una sobrevivencia
atravesada de ambivalencias, hizo que una mayoría de la sociedad se negara a
encararlo. Es decir, a abrir juicio sobre la historia de una época que culminó
en el terror de la dictadura militar, oponiéndose a un debate sobre las causas
y responsabilidades colectivas que pervirtieron el ejercicio de la política, en
el cual la violencia jamás es ajena, en abierta guerra civil. La consecuencia
de esa evitación fue la reducción de ese análisis a un enjuiciamiento moral en
abstracto al uso de la violencia como instrumento social, eludiendo
interesadamente la toma de conciencia de las causas y de los fines que en esa
vía se proyectaban que, así, naufragó en la desmesura trágica de una
retaliación que tomó el relevo de toda deliberación posible.
Ese primer persaltum impidió el tratamiento a fondo de las causas de la violencia política
al traducirla en clave de guerra, una indagación que hubiera ayudado a abordar
las razones del desvío y agotamiento de una movilización social, que abortó en
estrategias negadoras de sus mejores tradiciones. Me refiero a las que
calibraban la acción política acorde a los ritmos del movimiento real de las
masas, en función de su horizonte de conciencia alcanzada y a las premisas que
entendían lo social patrimonio de estructuras transindividuales y no efecto de
defectos morales aniquilables en la persona de sus portadores. .
Persaltum fue
también la ecuación usada en el remplazo de las categorías políticas por su
muleto reivindicativo en razón absoluta por DDHH, confusión justificada en su
momento, por la prioridad de proteger a los militantes de la represión. O sea,
la imposibilidad de pensar la política fuera de las cuestiones de vida o muerte
vividas que exigían las condiciones de la dictadura militar; en la qué el
horizonte –prepolítico— se limitaba a garantizar el respeto por el elemental
derecho a la vida, aun renunciando al proyecto de elegir que hacer con
ella.
El restaurant del pasado
La ingesta, es el modelo
elemental para resolver una pérdida: llenarse de nuevo. El fracaso del intento
dice del rechazo al trabajo de tramitar el olvido y es la prueba de la
dificultad del sujeto en asumir la decepción por la ilusión de completitud que
el vínculo roto prometía. Como que es muestra, a la vez, de la
contingencia que rige a toda otredad verdadera.
Basta pensar en la resaca de las tradicionales fiestas de fin de año, en
las que la euforia apenas alcanza para hacer el aguante de un balance que
sepulta, en gula, la inexorable constancia del vaciamiento que las nutre y
renueva.
La crítica del sujeto político, basada en la reconstrucción de su
práctica concreta en una particular etapa histórica, tiene en cuenta tanto la
coherencia ética de las razones, que su decisión militante accionó, como la
consecuencia que la misma tuvo con los resultados y los costos humanos y
políticos de su derrota o fracaso. Lo cierto es que esa valoración debe
librarse en similar plano, es decir, si bien el conocimiento psicoanalítico de
la dimensión inconciente arroja luz sobre los caminos del sujeto, las razones y
elecciones determinantes de su comportamiento, en el marco de una práctica
social y política, desbordan los marcos del análisis de una subjetividad que se
deben más a otras razones ligadas a su juego en el seno de determinantes
sociales que exceden los de su individualidad. El que el ideal político integre
la meta por el acortamiento entre ambas dimensiones, no absuelve el pase
obligado por exigencias que relevan su prioridad instrumental hasta los cambios
estructurales que ofrezcan condiciones distintas a su renovación.
El salto hacia adelante que cursa el persaltum, se vale de un anacronismo, el de
los modos del proceso primario inconciente, que no sabe de la legalidad
irreversible del tiempo que rige la realidad del trabajo-militancia al ser una
praxis dispuesta para el acuerdo sumido entre individuos-agentes de un proyecto
convenido.
El modelo del persaltum aparece en lo que lo que dice de un pacto de la sociedad de conjunto en
no revisar su historia, su auxilio reside en el refuerzo reactivo del imperativo
de extenuarla en una memoria compulsiva sobre el pasado, al que asistimos
postdictadura. Precisamente, en el persaltum, salteándose las secuencias causales que dan
comprensión a los hechos, se repiten recursos de anulación idénticos a los de
la neurosis obsesiva, cuando precipitan conclusiones elidiendo y ocultando los
nexos y conjunciones que allanarían el sentido de sus premisas.
Caso del carnaval: potencialmente tan expresión de transgresión como de
ratificación de la sumisión a lo sagrado… siempre que su contexto sea el de una
subjetividad que, ayuno y la plegaria, mediante, consagra la expiación pascual
del creyente. En el caso del persaltum los usos y costumbres de la subjetividad
cotidiana, operan lo inverso: la oferta de otro "fin de semana largo"
aleja toda reflexión acerca de la conmemoración que la efemérides cifra para
nadie.
Pensemos en esta misma dirección lo que puede surgir de una experiencia
murguera, de una clase de cocina o de un asado… en consecuencia con la pena por
los sufrimientos ocurridos en ese espacio de memoria, de los interrogantes
acerca de las subjetividades presentes en víctimas y verdugos y de la
responsabilidad de sacar experiencia de lo ocurrido para procesar otras formas
de hacer política. Aquellas sensibles a la influencia del espacio, fáciles de
evocar como el temor y la indignación justiciera. Otros menos confesables de
reconocer como el de otros fantasmas que avizoran el deslizamiento del sadismo
con el impulso a la venganza y, los que, ambivalentes, superponen furia con
impotencia y culpa con vergüenza, al descubrirse dudando acerca del perdón y la
compasión.
Testimonios de empleados convidados al evento, buscando tal vez
justificarse, confesaban que de fiesta tuvo poco: se les atragantaba la comida:
Es que sólo el exceso de metáfora puede equiparar la digestión con la
elaboración psíquica. Es elemental que la ausencia de transferencia, esa
condición freudiana que advertía acerca de la imposibilidad de que un sujeto,
para resolver las interferencias presentes de su pasado, si no es haciéndolo
suyo.
Conmoverse, con los padecimientos de las víctimas, no alcanza para
reconocer, como corresponde, sus deseos en su resonancia actual con los
propios y mucho menos, sobreponerse al repudio de toda inclinación a sospechar
alguna comunidad de sujeto con los goces de los represores. Aun sabiendo, desde
el psicoanálisis, de la equivalencia para el superyo entre deseo y acto y de la
improcedencia jurídica de condenar intenciones.
Cuando, tiempo atrás, una persona invitada a integrarse al proyecto de
la ex ESMA me consultó acerca de cual era, en mi opinión, el destino deseable
que pudiera adjudicársele le contesté con la misma convicción que me acompaña
en estos días: la oportunidad de pensamiento y elaboración de la realidad
presente, a punto de partida en el tratamiento del pasado reciente. Algo no
reñido con los juicios de verdad y justicia que vienen desarrollando desde el
Juicio a las Juntas que los inauguraran, pero que no los agotaban, quedando
como patrimonio de otras instancias de análisis e investigación. .
Me refería al trabajo específico sobre la relación entre subjetividad,
política y ese fracaso de la política que es la violencia social cuando se
militariza.
La buena memoria no olvida la mala
Una actividad de investigación, debate y elaboración que requería
precisos métodos disciplinarios (filosofía., antropología, historia, ciencias
sociales y políticas y psicoanálisis). El asunto, y la dificultad que la
propuesta acarreaba, era partir del reconocimiento de la condición agresiva
latente en todo lazo social y, por ende premisa de toda consideración de la
violencia política, sin provocar la condena de quienes verían en ello una
absolución de los respectivos "errores y excesos" incurridos por los
confrontantes. En otras palabras, que mi planteo descontaba la necesidad de dar
la palabra a "buenos" y "malos".
Eso incluiría a todos los que por protagonismo o simpatía con los
subversores del orden existente como a los ejecutores o cómplices de su
ahogamiento por el terror, que por igual apostaban al persaltum de desconocer la autonomía de los respectivos beneficiarios
de su auto asumida misión salvacionista, autorizándose en la urgencia de la
razón y la verdad respectiva, para acortar el camino de sus mejores intenciones
para con el resto.
"Estamos embarazadas de nuestros hijos", fue la consigna que organizó desde
el comienzo a las Madres de Plaza de Mayo, en este claro ejemplo de
identificación, recurso vincular propio del estadio oral de la libido, como medio
de recuperar el objeto que les fuera arrancado: ser lo que no se tiene",
mecanismo que por regresión pretende
negar su pérdida actualizando, en la evocación, la presunta realidad
anterior al corte que hubo de instalarlo como sujeto de su destino político, es
decir, inscripto en el orden público ajeno al de las lógicas del psiquismo. La
indiscriminación de esos planos lleva a que la relación con el objeto transite
los dominios de la ficción y la convicción de mismidad que, primarizando la
visión de la realidad, así privada de la objetividad que da la referencia a lo
social común se confina en las certezas de un pasado sacralizado.
Banquete-asado: ritual consagrado a negar en el clearing maníaco de
performances populistas esa pena que, si encuentra disipación en la psicología
de masas, está lejos de equipararse con la auténtica política. Me refiero la
que, en cambio, entrena en la autonomía de los proyectos y fines en sus
prácticas cuando las privan del derroche de goce que ofrece dejarse llevar por
las impresiones de la realidad en crudo.
Llamar espacio de la memoria a un acuerdo general en no trascender las
congeladas historias oficiales, haciendo a un lado la competencia intelectual
por la acumulación de poder, es otro abuso del persaltum. El que elide el trámite de
fundamentar ese objetivo, presentándolo como conclusión de un proceso que se
auxilia en el remedo de confrontación entre presuntos antagonismos, lo que en
rigor no excede la puja en la interna del sistema capitalista por su versión
más aggiornada.
.
Más allá de las sobreactuaciones populistas de un lado y los escrúpulos
democratistas del otro: la propiedad privada, el libre mercado y la
"justa" relación capital-trabajo no se discuten. Ninguna voz denuncia
la falacia de igualdad del fifty/fifty: la mitad de la riqueza para una minoría
de patrones-propietarios y la otra mitad para los millones de sus productores.
Frente a este estado de situación las posiciones y prácticas,
contestatarias y críticas, que pudieran resistir a una reflexión política
asimilada a sentido común y pertenencia al medio social, ya pueden apostar al
encuentro con reservas libertarias e igualitarias, extraviadas a las que
prestar voz y facilitar conciencia para sí. Tampoco alimentar la esperanza, efecto de la
anterior premisa, de que ese desencuentro de los sujetos con su esencia
alienada acumula, en frustración, un malestar prometedor de un big bang re fundacional.
Menciono apenas dos razones para desalentar esa ilusión: una, que por lo que el psicoanálisis muestra de la naturaleza del síntoma, aquel en sí que adormecía en el capullo al "hombre nuevo", nada reniega del gemelo que concretamente encarna su lugar en el mundo, otra: que el mercado también está al tanto de ese malestar y sabe sacar rédito de su reciclaje en ofertas alternativas de goce que lo colmen.
En síntesis, enderezando a Clausewitz, llegamos a la conclusión que la
guerra lejos de ser la continuación de la política por otros medios es su
derrota, arrastrando consigo las funciones garantes del sujeto: la memoria y el
pensamiento.
20 de enero
de 2013.