Lo
que sigue responde a los interrogantes que sigue suscitando la "historia
reciente" de nuestra sociedad. Dicha etapa abarca lo acontecido en tanto
sus efectos pueden registrarse en boca de sus protagonistas y testigos.
El
objetivo, lejos de pretender un agotamiento de todos sus sentidos posibles que
la recurrencia de interrogantes sigue denunciando, es el de sumarse a los
cambios de perspectiva que el correr de los tiempos va proponiendo a la
comprensión de las incertidumbres del presente. En primer lugar me
interesa destacar el hecho de que el lugar común de las interpretaciones
sobre ese período esta signado, en rigor estigmatizado, bajo la clave de la
"violencia política". Así, las
consecuencias derivadas de un aspecto de esa realidad, el ligado al horror y la
muerte, disuelve en el olvido la diversidad de causas y proyectos que la
sobredeterminaban, si de rescate de la verdad histórica de la época se trata.
En otras palabras, se trata de escapar a una simplificación que recurre como
explicación a aquello que debe ser explicado: el porque la praxis política,
relevo de la realización del sujeto individual, tomó esa alternativa social
histórico.
En
esa dirección es necesario distinguir entre la función de la violencia, en
tanto empleo de la fuerza en aras de la disputa por los consensos necesarios a
la construcción social, al recurso a la guerra como medio de liquidar, en vez
de resolver los términos que se le oponen.
En
el mismo psicoanálisis la ley que ordena lo social requiere de un crimen
fundacional: el asesinato del jefe de la horda, representación mítica de lo que
la hominización impone como renuncia obligada a la plenitud de la satisfacción
animal supuesta al paraíso por el pasaje a la cultura.
La
medida de esa violencia la da la restricción brutal que sufre el gorjeo del
lactante cuando somete su potencia de expresión a los pocos sonidos que admite
la lengua materna para gestionar la lucha por su vida.
Para
des-estigmatizar la violencia basta sustituir la impronta destructiva asociada
a su nombre con la opuesta función identitaria que su negatividad ejerce, esto
es, del recurso discursivo del que se sirve la constitución de las
individualidades desbrozadas del magma de lo real-social previo. Condición de
corte, imprescindible, en toda invención de orden en la deseable reunión de
diversidades, sólo así, constituidas. Las modalidades de convivencia se rigen
por discursos de poder simbólico, pero representativos de fuerzas sociales en
puja --política.
El
sentido común describe con la expresión "patear el tablero" el fracaso de la violencia instrumental descripta contenida en los marcos
de la sociedad a la que sirve, y experimenta como guerra el retorno de la
inhumanidad que su proporcionado empleo contenía. Ruptura de un equilibrio que
grafica la doble faz de todo documento de civilización como documento de
barbarie.
Contingencia
ajena a las buenas intenciones y los mejores propósitos que, como Freud lo
justifica, sucede a las tentaciones del "todo o nada" frente a los
costos desmesurados que la cultura impone en aras de la vida en sociedad. Lo
cierto es que Freud, salvo en su repudio a la guerra, para él pura pulsión de
muerte, cuenta con violencia, la agresión, la destructividad y, aun, la
crueldad en toda consideración del sujeto.
El
sujeto individual no escapa a estas mismas vicisitudes, también él deberá
decidirse en su realización por acatar la tregua de una guerra perdida de
antemano, como es la que resultaría del empecinamiento en el "quiero
todo, ahora".
.
Todo
eso en condiciones de desenvolvimiento ideal: en los hechos el problema se
presenta cuando, por disparidad entre las exigencias de sus demandas por la
fijeza de sus pulsiones o el apego narcisista que las hace innegociables
como por la inadecuación de lo encontrado a lo deseado, aquella tregua se hace
insostenible. Ese cambio de las condiciones en que el sujeto puede dar sentido
a la postergación o frustración de su satisfacción se instala como trauma.
Lo
irreductible de ese desencuentro instala en el corazón del psiquismo un núcleo
extraño y hostil a la armonía de sus funcionamiento. Lacan lo describe con un
neologismo que traduce su naturaleza mixta: extimidad. Está hablando de aquello
interior-exterior que conjuga lo ajeno y hostil con lo conocido y familiar y
que detona reacciones tan intestinas como extranjeras contra la entidad
parasitada que lo enfrenta y resiste, procurando dominarlo.
Enzo
Traverso, historiador italiano, en su libro A
sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945,
propone una tesis iluminadora de lo que vengo desarrollando. En ella
declara caduca la clásica diferenciación entre guerras "entre
estados" y "fratricidas" afirmando la realidad de una actualidad
en la que todas se libran contra los civiles. Es decir, contra los
"semejantes".
Sus
argumentos giran en torno a la disolución de las restricciones que reservaban
las antiguas conflagraciones a la oposición entra Estados constituidos en la
integridad de sus respectivos territorios y regímenes jurídicos.
El
hecho que el autor advierte es el de la disolución de los límites que confinaba
las posiciones en las que se desarrollaba la contienda a las fronteras
geográficas, jurídicas y culturales de las entidades que la habían acordado
declararla. Esto hacía al reconocimiento retórico –el crimen de la guerra no
desprovisto de leyes regulatorias-- de la juricidad del hecho que, de ese
modo, tenía por objetivo final la neutralización de la potencialidad bélica de
los contrincantes –sus respectivos ejércitos.
En
cambio lo que se conoce como Guerra Civil parte del no reconocimiento mutuo de
la condición de beligerante de sus participantes. Es el caso de los
"alzados" o "irregulares" que surgen, precisamente, a
partir del repudio al orden institucional que conforma las entidades
enfrentadas en razón del derecho asumido por disputarlo y suplantarlo por una
alternativa propia. En punto es que esta modalidad, primeramente reservada a
las luchas nacionales revolucionarias o liberadoras, se extendió al resto
de las guerras asumidas como "Guerra Total". A partir de las
transformaciones ocurridas en el curso de las "Guerras Mundiales"
europeas, "progreso" tecno científico mediante (medios de destrucción
masiva: nucleares y bacteriológicos) cada vez más la beligerancia fue
direccionada dirigida contra la población civil y sus recursos naturales y
productivos, priorizando su aniquilación física y su
inhibición por el terror por sobre la neutralización de la potencialidad bélica
de sus fuerzas armadas. Son un ejemplo de esta realidad la suspensión de las
Convenciones de Ginebra reservadas a sus ejércitos regulares y a la regulación
de las guerras convencionales para las que fijaban reglas –protección
prisioneros vs. el "derecho" a la ejecución de los
"no-uniformados" y a sus extensivas jurisprudencias en la llamada
"guerra sucia".
Si
nos ocupamos en simultáneo de pensar la alteridad constitutiva de los sujetos
se hace posible encarar de modo no dilemático el recurrente problema
ético-político entre "medios y fines", sin necesidad de apelar a
trascendencia religiosa o imperativos morales alguna.
Este
es, en mi opinión, un modo de responder al tema de la responsabilidad frente al
semejante que no transite su sacralización que saltea en religioso per saltum
una postura prescindente de los argumentos políticos, históricos y éticos de
las subjetividades involucradas en la consideración de la violencia social. El
ejemplo cercano es el de la polémica planteada por el filósofo Oscar del Barco
hace unos años bajo la promulgación al mandamiento del "no matarás"
como premisa absoluta por sobre toda otra consideración.
El
dilema de si los fines justifican a los medios se resuelve antes que en la
sumisión a un mandato transcendente a lo humano, como es en el sagrado el
"no matarás" que lo unge, en el cuidado del semejante como medio para
la preservación del fin propio. Más allá de todo altruismo el sujeto preserva
en la vida de su semejante la realización de la humanidad a la que
constituyendo lo constituye. Una transversalidad bien entendida ya que la toma
de posición transcurre en la horizontalidad de la fundamentación entre sujetos
políticos y sus proporcionales responsabilidades y no en la inconmensurable
asimetría del trato con la divinidad.
Freud,
en el Malestar en la Cultura, reacciona como ante pocas cosas frente a la
propuesta cristiana del "Amarás a tu prójimo como a ti mismo",
Una
reacción digna de indagación ya que proviene de alguien que sabía traducir
convenciones y prejuicios en contradicciones esclarecedoras. Lo cierto es su
indignación por el absurdo que suponía pretender tratar con amor a aquellos de
quien sólo cabía esperar explotación laboral, despotismo, abuso sexual y
ejercicio de tendencias criminales. La manera de avanzar en la dificultad
freudiana no puede ser otra que recurrir al propio Freud: el mandamiento que
funda la serie es el de "Amarás a fu dios por sobre todas las cosas".
Un giro que concluye allí desde donde parte siempre que el odio abra la
distancia de una mismidad tan amorosa como fatal.
En
su Psicología de las masas Freud establece un esquema que fija las condiciones y la dinámica que rigen
las posibilidades estructurales del orden social entre sujetos: el lazo que los
liga se tiende en torno a la identificación común con un tercero que opera de
pivote al tiempo que se consolida en la distinción que instala la producción de
un "otro" exterior a dicho acuerdo. O sea la contratara de la
fundación de pertenencia es la emergencia de la frontera de lo extranjero. De
la intervención de contingencias históricas, sociales, económicas, política,
ideológicas, etc. dependerá el grado en que esa distinción originaria sea el
grano de precipitación de modalidades de agregación social que precisen dar
sustancia a ese corte identitario: la discriminación se hará segregación y la
exclusión del marginal se asegurará en la solución final de su aniquilación. de aquel que el lazo preciso fabricar como distinto, sin otra
razón que la funcionalidad olvidada que lo forjara como prenda de una unidad
basada en la diferencia. En otras palabras, la desmesura mortífera del enemigo
sepultando la utilidad del vecino delimitando el ámbito de lo propio.
El
terrorismo de estado, la tortura y la desaparición
del otro son los recursos que tales intenciones tomaron en nuestra historia
reciente. De ser así, la deuda social pendiente pasa por la amnesia de ese
mecanismo forjador de ese otro requerido en la respectiva identidad de las
partes –¿partidos?-- en juego.
Si
el trauma significa la permanencia tóxica del
pasado su elaboración deberá transitar el camino que el recuerdo abre al olvido del otro de
su deseo que por exceso o defecto extravió su logro.
Elaboración,
equivale entonces más que al encuentro con la verdad su construcción. Es obvia
la diferencia con el arreglo de cuentas que el arrepentimiento religioso
concede en términos de responsabilidad del sujeto: el reconocimiento de los
deseos del primer caso en sus consecuencias presentes en nada se asimila a la
absolución que la segunda opera cuando la negación de la falta que pudo
causarlos se premia con la gracia de un amor que los hace irrelevantes.
La
verdad tramitada por la confesión, voluntaria o forzada, es en nada equivalente
a la que la elaboración psicoanalítica tramita. En el medioevo el prestigio de
la confesión era tal que se recurría a la tortura para que el pecador gozara de
sus ventajas redentoras: renovación del pacto de "protección" con la
divinidad que en la actualidad suscribe el Estado en la funcionalidad de los
seculares rituales cívicos de sus consultas electorales. El dispositivo social
que lo encarna reproduce el de la sujeción individual. Así como la
"angustia social" cede a la "conciencia de culpa", en el
caso del sujeto colectivo la identificación con los ideales privatiza la otrora
vergüenza, es decir la amenaza de des amor como castigo por la falta a la
comunidad, en problema de conciencia particular. La violencia que otrora la
sanción social directa exponía queda disuelta en la impersonalidad
administrativa del Estado y sus "disciplinadores".
Lo
deuda social antes mencionada exhibe como síntoma de su imposible amortización.
Es decir, el fracaso en la elaboración, en el insistente testimonio de los
sufrimientos evocados y en la renovada condena de sus ya probados culpables. La
negación, que el terror impuso en el pasado, cedió con la democracia a cierta
sobreactuación reactiva cuya prueba es la inexistencia de voces que asuman, aun
críticamente, su compromiso con la dictadura. El "prohibido olvidar"
o peor aun, "la obligación de recordar", aparecen en cambio como
muestras de la mala conciencia de una subjetividad social temerosa de que le
sea ejecutada la deuda por haber sobrevivido a la muerte.
La
concepción de la verdad a la que se accede arrancando la tapa que la oculta
tiene por función negar la razón de su amnesia: la de la actualidad de los
deseos que eternizan el hueco que los mantiene irresueltos en el pasado y que
la repetición conserva en el olvido. Otra versión de la verdad, en cambio,
la hace emergente del desmonte de los medios que resisten al
olvido.
Recuerdo
haberlo escrito de este modo en La fidelidad del olvido: "En Freud el recuerdo, el ejercicio de la memoria, no
estaba destinado a cubrir los huecos que una época pudo dejar, sino a
interrogar al sujeto sobre los rellenos que ocultan los de su actualidad".
Es
en función de la necesidad de elaborar el pasado y escapar a la repetición de
una memoria reservada a impedir el olvido, que adquiere sentido hablar de
responsabilidad histórica y política. Algo, que no se no se libra en el pasado
sino en la actualidad de sus resonancias en el presente. El tema de la
elaboración de la memoria enquistada se complica porque se asimila a los
reclamos de absolución o indultos disimulados en propuestas de reconciliación,
que encubre la exculpación de los responsables de delitos en nombre de
intereses abstractos o superiores como son la homologación de todas las culpas
por igual y la necesidad de restablecer la unidad de la comunidad. Recordemos
lo dicho acerca de los lazos sociales fundados en la referencia al ideal y sus
efectos de odio y segregación.
La
experiencia argentina ha demostrado como la lucha contra el olvido en demanda
de verdad y de justicia de las Madres, los Hijos, los organismos de DD.HH y la
militancia social y política hizo posible que la reacción al dolor y al
sufrimiento por lo sucedido tomara el camino de la venganza y perpetuara la
ceguera del trauma y la repetición de sus efectos.
Tal
vez, es mi posición, haya llegado el tiempo de profundizar los niveles de
elaboración hasta ahora dispuestos. El objetivo tiene por doble propósito
liberar la subjetividad social del cerrojo que la fija a un pasado de muerte y
horros y, en el mismo movimiento, disponer de una potencia de pensamiento que
no derroche la parte de realidad negada en la exclusión de lo propio en el
otro.
Es
de mi consideración si a las necesarias reparaciones jurídicas y políticas, imprescindibles, no para entrar en el túnel del tiempo y modificar el
pasado sino para restablecer, en el ejercicio de las inculpaciones y deudas
sociales y de justicia correspondientes, la trama simbólica que las
trasgresiones ocurridas hubieran dañado, no deberían sumarse lo que podría
designarse como reparaciones subjetivas.
Voy
a exponer dos ejemplos de reparación subjetiva en los que pueden visualizarse
algunos mecanismos intervinientes y sus distintas consecuencias:
En
el primero, G.F., en una entrevista publicada en el diario Clarín (22.IX.12),
el relato de sus padecimientos durante la dictadura militar deja lugar en lo
que para ella supondría dar término definitivo a la continuidad presente de los
tormentos del pasado.
En
el año 1976, a los 19 años, siendo universitaria y ex militante estudiantil, es
secuestrado, torturada y violada durante tres días. y torturada. Liberada se
exilia en España donde reside. Durante 25 años se resiste a recordar e incluso
a comentar todo aquello que pudiera evocarle lo sucedido hasta que en ocasión
de una aplicación de acupuntura con electricidad comienza a recordarlo:
"…de pronto, un pasado mil veces borrado, enterrado y olvidado se me
transformó en palabras, en narración y en lágrimas y escribí un libro: Detrás
de los ojos". "Comprendí entonces que
el odio y la sed de venganza no me ayudarían a apaciguar ese dolor que vuelve
con el recuerdo y se despertó, en cambio, el deseo, la necesidad casi, de
encontrarme alguna vez con esos hombres cara a cara,
sin venda en los ojos esta vez en mí el recuerdo. Hablar con algunos de ellos
como hablan dos personas adultas de algo que les concierne, de algo que ha
tenido y tiene un especial peso en sus vidas". "Mirarnos a los ojos y
reconocernos, poder hacerles preguntas, ahora ya sin miedo, de igual a igual,
sin violencia y sin amenazas. Explicarles lo que sentí y poder oír lo que
ellos quieran decirme, juntar las partes de una escena
pasada siempre viva".
Relata
que, tiempo después, visitando el lugar de detención sintió sensaciones extrañas
e inquietantes precisamente en relación con agresiones sexuales. "En la
sala de tortura todo era extremo y también claro: dolor, gritos, violencia
en estado puro, odio, terror gritos desgarrados, llamar a mi madre, el tiempo
se detiene y el mundo entero que se derrumba"
"Es
el pozo más profundo, el lugar al que no se quiere volver ni siquiera en el
recuerdo, imposible de revivir, el punto negro al partir del cual se cae y se
cae e un agujero sin fin, clavado en mi cuerpo para toda la eternidad"
Pasillo
camino al baño, cuenta lo insólito de que mientras la manoseaban le hablaban:
"Cuerpos sin caras, manos sin cuerpo, penes sin identidad, sin ojos, sin
rostros. Lo que estos cuerpos me transmitían ya no era lo mismo que en la
tortura, era algo distinto como desesperación, como angustia… de soledad y de
locura, una desesperación que buscaba sosiego en ese contacto fugaz, torpe
absurdo, grotesco
"Sentime",
mormuró una voz que parecía un ruego, una súplica de consuelo. Se ubica frente
a lo ridículo de las abstracciones que la llevado a aquel sótano: en lo más
profundo y verdadero todos éramos parte de lo mismo tocar la carne de esos
hombres era también tocar sus almas y sentir su
propio dolor, su locura su desesperación: la carne de uno otro se
decía mutuamente su dolor desesperado su terror y las almas contactaban por un
segundo al descubrirse en su semejanza en su pertenencia a algo común".
El
otro ejemplo es tomado de las conclusiones a las que arriba el protagonista de
la novela de Cesare Pavese. La casa en la colina, al
término de la Segunda Guerra, en la que hace balance de una posición subjetiva
que lo llevó a mantenerse al margen de las definiciones y riesgos que asumió el
resto de su generación. "Los encuentros y los hechos de este año me obsesionan,
pero que ocurre que a veces me pregunto ¿qué hay de común entre yo y este
hombre que ha escapado de las bombas, de los alemanes, de los remordimientos y
del dolor? Ese yo que me ve observar con recelo los rostros y las ansías de
estos últimos tiempos, se siente otro, se siente desapegado, como si todo lo
que hizo, dijo y sufrió hubiera sucedido ante sus ojos como cosas ajenas"
"He vistos a los muertos fascistas. Estos me han despertado. Si un
desconocido, un enemigo, se convierte al morir en semejante cosa, si uno se
detiene y teme pasar delante de él, quiere decir que el enemigo, aun vencido
sigue siendo alguien, y que después de haber derramado su sangre, hay que
aplacarle, hay que dar una voz a esta sangre, justificar al que la derramó. Por
eso toda guerra es una guerra civil: cada muerto se parece al que queda con
vida, pide cuenta de su existencia. ¿Qué hacemos con los caídos? ¿Para qué han
muerto? No sabría que responder. Acaso sólo los
muertos lo sabrán, y sólo para ellos la guerra ha terminado realmente"
Los
ejemplos plantean dos opciones frente a la ineludible relación con el prójimo.
Lo primero que se advierte es que la primera lo piensa en una relación de
diálogo y, por eso, con el prójimo vivo. El segundo, es un monólogo culposo en
el que la lucidez solo sirve a la certeza de lo imposible.
Cuanto
de la imposibilidad en transformar la realidad, pasada o presente, siempre
vivida a causa del otro que la impide, no se aliviarían de recuperar el
obstáculo extrañado en él en ámbito de lo propio que lo expulsa.
15 de Noviembre
2012
*Trabajo
presentado en las Jornadas del Dpto. de Psicoanálisis y Sociedad de la A.P.A.
en la mesa "Sucesos Argentinos enlatados y enlutados", 2 y 3 de
noviembre de 2012.
El
"prójimo", el próximo, lo cercano, algo distinto del verse a sí
mismo, posición del sujeto que surge por la invocación de otro sujeto que lo
coloca como tal. Invocación que instaura el prójimo significa
"llamado" (Espasa Calpe). Para contar un chiste preciso avisar
al otro, apelar a su complicidad en una expectativa de goce que precisa el
simulacro de acordar la aceptación de la ingenuidad que opaca el "como
sí" el doble sentido no existiera y estar dispuestos a la sorpresa que el
remate del chiste va a provocar.
Lacan: el prójimo es la inminencia
insoportable del goce" Expansión de lo real que anula
el Otro y, por eso, el acceso al deseo.
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