lunes, 4 de febrero de 2013

EL OLVIDO EN OTRO*




Lo que sigue responde a los interrogantes que sigue suscitando la "historia reciente" de nuestra sociedad. Dicha etapa abarca lo acontecido en tanto sus efectos pueden registrarse en boca de sus protagonistas y testigos.
El objetivo, lejos de pretender un agotamiento de todos sus sentidos posibles que la recurrencia de interrogantes sigue denunciando, es el de sumarse a los cambios de perspectiva que el correr de los tiempos va proponiendo a la comprensión de las incertidumbres del presente.  En primer lugar me interesa destacar el hecho de que el lugar  común de las interpretaciones sobre ese período esta signado, en rigor estigmatizado, bajo la clave de la "violencia política". Así, las consecuencias derivadas de un aspecto de esa realidad, el ligado al horror y la muerte, disuelve en el olvido la diversidad de causas y proyectos que la sobredeterminaban, si de rescate de la verdad histórica de la época se trata. En otras palabras, se trata de escapar a una simplificación que recurre como explicación a aquello que debe ser explicado: el porque la praxis política, relevo de la realización del sujeto individual, tomó esa alternativa social histórico.

En esa dirección es necesario distinguir entre la función de la violencia, en tanto empleo de la fuerza en aras de la disputa por los consensos necesarios a la construcción social, al recurso a la guerra como medio de liquidar, en vez de resolver los términos que se le oponen.

En el mismo psicoanálisis la ley que ordena lo social requiere de un crimen fundacional: el asesinato del jefe de la horda, representación mítica de lo que la hominización impone como renuncia obligada a la plenitud de la satisfacción animal supuesta al paraíso por el pasaje a la cultura.

La medida de esa violencia la da la restricción brutal que sufre el gorjeo del lactante cuando somete su potencia de expresión a los pocos sonidos que admite la lengua materna para gestionar la lucha por su vida.

Para des-estigmatizar la violencia basta sustituir la impronta destructiva asociada a su nombre con la opuesta función identitaria que su negatividad ejerce, esto es, del recurso discursivo del que se sirve la constitución de las individualidades desbrozadas del magma de lo real-social previo. Condición de corte, imprescindible, en toda invención de orden en la deseable reunión de diversidades, sólo así, constituidas. Las modalidades de convivencia se rigen por discursos de poder simbólico, pero representativos de fuerzas sociales en puja --política.  

El sentido común describe con la expresión "patear el tablero" el fracaso de la violencia instrumental descripta contenida en los marcos de la sociedad a la que sirve, y experimenta como guerra el retorno de la inhumanidad que su proporcionado empleo contenía. Ruptura de un equilibrio que grafica la doble faz de todo documento de civilización como documento de barbarie.
Contingencia ajena a las buenas intenciones y los mejores propósitos que, como Freud lo justifica, sucede a las tentaciones del "todo o nada" frente a los costos desmesurados que la cultura impone en aras de la vida en sociedad. Lo cierto es que Freud, salvo en su repudio a la guerra, para él pura pulsión de muerte, cuenta con violencia, la agresión, la destructividad y, aun, la crueldad en toda consideración del sujeto. 

El sujeto individual no escapa a estas mismas vicisitudes, también él deberá decidirse en su realización por acatar la tregua de una guerra perdida de antemano, como es la que resultaría del empecinamiento en el "quiero todo, ahora".
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Todo eso en condiciones de desenvolvimiento ideal: en los hechos el problema se presenta cuando, por disparidad entre las exigencias de sus demandas por la fijeza de sus pulsiones o el apego narcisista  que las hace innegociables como por la inadecuación de lo encontrado a lo deseado, aquella tregua se hace insostenible. Ese cambio de las condiciones en que el sujeto puede dar sentido a la postergación o frustración de su satisfacción se instala como trauma.

Lo irreductible de ese desencuentro instala en el corazón del psiquismo un núcleo extraño y hostil a la armonía de sus funcionamiento. Lacan lo describe con un neologismo que traduce su naturaleza mixta: extimidad. Está hablando de aquello interior-exterior que conjuga lo ajeno y hostil con lo conocido y familiar y que detona reacciones tan intestinas como extranjeras contra la entidad parasitada que lo enfrenta y resiste, procurando dominarlo.   

Enzo Traverso, historiador italiano, en su libro A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945,  propone una tesis iluminadora de lo que vengo desarrollando. En ella declara caduca la clásica diferenciación entre guerras "entre estados" y "fratricidas" afirmando la realidad de una actualidad en la que todas se libran contra los civiles. Es decir, contra los "semejantes". 
Sus argumentos giran en torno a la disolución de las restricciones que reservaban las antiguas conflagraciones a la oposición entra Estados constituidos en la integridad de sus respectivos territorios y regímenes jurídicos.
El hecho que el autor advierte es el de la disolución de los límites que confinaba las posiciones en las que se desarrollaba la contienda a las fronteras geográficas, jurídicas y culturales de las entidades que la habían acordado declararla. Esto hacía al reconocimiento retórico –el crimen de la guerra no desprovisto de leyes regulatorias--  de la juricidad del hecho que, de ese modo, tenía por objetivo final la neutralización de la potencialidad bélica de los contrincantes –sus respectivos ejércitos.
En cambio lo que se conoce como Guerra Civil parte del no reconocimiento mutuo de la condición de beligerante de sus participantes. Es el caso de los "alzados" o "irregulares" que surgen, precisamente, a partir del repudio al orden institucional que conforma las entidades enfrentadas en razón del derecho asumido por disputarlo y suplantarlo por una alternativa propia. En punto es que esta modalidad, primeramente reservada a las luchas  nacionales revolucionarias o liberadoras, se extendió al resto de las guerras asumidas como "Guerra Total". A partir de las transformaciones ocurridas en el curso de las "Guerras Mundiales" europeas, "progreso" tecno científico mediante (medios de destrucción masiva: nucleares y bacteriológicos) cada vez más la beligerancia fue direccionada dirigida contra la población civil y sus recursos naturales y productivos, priorizando su aniquilación física y su inhibición por el terror por sobre la neutralización de la potencialidad bélica de sus fuerzas armadas. Son un ejemplo de esta realidad la suspensión de las Convenciones de Ginebra reservadas a sus ejércitos regulares y a la regulación de las guerras convencionales para las que fijaban reglas –protección prisioneros vs. el "derecho" a la ejecución de los "no-uniformados" y a sus extensivas jurisprudencias en la llamada "guerra sucia".

Si nos ocupamos en simultáneo de pensar la alteridad constitutiva de los sujetos se hace posible encarar de modo no dilemático el recurrente problema ético-político entre "medios y fines", sin necesidad de apelar a trascendencia religiosa o imperativos morales alguna.

Este es, en mi opinión, un modo de responder al tema de la responsabilidad frente al semejante que no transite su sacralización que saltea en religioso per saltum una postura prescindente de los argumentos políticos, históricos y éticos de las subjetividades involucradas en la consideración de la violencia social. El ejemplo cercano es el de la polémica planteada por el filósofo Oscar del Barco hace unos años bajo la promulgación al mandamiento del "no matarás" como premisa absoluta por sobre toda otra consideración.

El dilema de si los fines justifican a los medios se resuelve antes que en la sumisión a un mandato transcendente a lo humano, como es en el sagrado el "no matarás" que lo unge, en el cuidado del semejante como medio para la preservación del fin propio. Más allá de todo altruismo el sujeto preserva en la vida de su semejante la realización de la humanidad a la que constituyendo lo constituye. Una transversalidad bien entendida ya que la toma de posición transcurre en la horizontalidad de la fundamentación entre sujetos políticos y sus proporcionales responsabilidades y no en la inconmensurable asimetría del trato con la divinidad.    

Freud, en el Malestar en la Cultura, reacciona como ante pocas cosas frente a la propuesta cristiana del "Amarás a tu prójimo como a ti mismo",
Una reacción digna de indagación ya que proviene de alguien que sabía traducir convenciones y prejuicios en contradicciones esclarecedoras. Lo cierto es su indignación por el absurdo que suponía pretender tratar con amor a aquellos de quien sólo cabía esperar explotación laboral, despotismo, abuso sexual y ejercicio de tendencias criminales. La manera de avanzar en la dificultad freudiana no puede ser otra que recurrir al propio Freud: el mandamiento que funda la serie es el de "Amarás a fu dios por sobre todas las cosas". Un giro que concluye allí desde donde parte siempre que el odio abra la distancia de una mismidad tan amorosa como fatal.

En su Psicología de las masas Freud establece un esquema que fija las condiciones y la dinámica que rigen las posibilidades estructurales del orden social entre sujetos: el lazo que los liga se tiende en torno a la identificación común con un tercero que opera de pivote al tiempo que se consolida en la distinción que instala la producción de un "otro" exterior a dicho acuerdo. O sea la contratara de la fundación de pertenencia es la emergencia de la frontera de lo extranjero. De la intervención de contingencias históricas, sociales, económicas, política, ideológicas, etc. dependerá el grado en que esa distinción originaria sea el grano de precipitación de modalidades de agregación social que precisen dar sustancia a ese corte identitario: la discriminación se hará segregación y la exclusión del marginal se asegurará en la solución final de su aniquilación.  de aquel que el lazo preciso fabricar como distinto, sin otra razón que la funcionalidad olvidada que lo forjara como prenda de una unidad basada en la diferencia. En otras palabras, la desmesura mortífera del enemigo sepultando la utilidad del vecino delimitando el ámbito de lo propio.
El terrorismo de estado, la tortura y la desaparición del otro son los recursos que tales intenciones tomaron en nuestra historia reciente. De ser así, la deuda social pendiente pasa por la amnesia de ese mecanismo forjador de ese otro requerido en la respectiva identidad de las partes –¿partidos?-- en juego.

Si el trauma significa la permanencia tóxica del pasado su elaboración deberá transitar el camino que el recuerdo abre al olvido del otro de su deseo que por exceso o defecto extravió su logro.  

Elaboración, equivale entonces más que al encuentro con la verdad su construcción. Es obvia la diferencia con el arreglo de cuentas que el arrepentimiento religioso concede en términos de responsabilidad del sujeto: el reconocimiento de los deseos del primer caso en sus consecuencias presentes en nada se asimila a la absolución que la segunda opera cuando la negación de la falta que pudo causarlos se premia con la gracia de un amor que los hace irrelevantes.  

La verdad tramitada por la confesión, voluntaria o forzada, es en nada equivalente a la que la elaboración psicoanalítica tramita. En el medioevo el prestigio de la confesión era tal que se recurría a la tortura para que el pecador gozara de sus ventajas redentoras: renovación del pacto de "protección" con la divinidad que en la actualidad suscribe el Estado en la funcionalidad de los seculares rituales cívicos de sus consultas electorales. El dispositivo social que lo encarna reproduce el de la sujeción individual. Así como la "angustia social" cede a la "conciencia de culpa", en el caso del sujeto colectivo la identificación con los ideales privatiza la otrora vergüenza, es decir la amenaza de des amor como castigo por la falta a la comunidad, en problema de conciencia particular. La violencia que otrora la sanción social directa exponía queda disuelta en la impersonalidad administrativa del Estado y sus "disciplinadores".

Lo deuda social antes mencionada exhibe como síntoma de su imposible amortización. Es decir, el fracaso en la elaboración, en el insistente testimonio de los sufrimientos evocados y en la renovada condena de sus ya probados culpables. La negación, que el terror impuso en el pasado, cedió con la democracia a cierta sobreactuación reactiva cuya prueba es la inexistencia de voces que asuman, aun críticamente, su compromiso con la dictadura. El "prohibido olvidar" o peor aun, "la obligación de recordar", aparecen en cambio como muestras de la mala conciencia de una subjetividad social temerosa de que le sea ejecutada la deuda por haber sobrevivido a la muerte.

La concepción de la verdad a la que se accede arrancando la tapa que la oculta tiene por función negar la razón de su amnesia: la de la actualidad de los deseos que eternizan el hueco que los mantiene irresueltos en el pasado y que la repetición conserva en el olvido. Otra versión de la verdad, en cambio,  la hace emergente del desmonte de los medios que resisten al olvido.   
Recuerdo haberlo escrito de este modo en La fidelidad del olvido: "En Freud  el recuerdo, el ejercicio de la memoria, no estaba destinado a cubrir los huecos que una época pudo dejar, sino a interrogar al sujeto sobre los rellenos que ocultan los de su actualidad".

Es en función de la necesidad de elaborar el pasado y escapar a la repetición de una memoria reservada a impedir el olvido, que adquiere sentido hablar de responsabilidad histórica y política. Algo, que no se no se libra en el pasado sino en la actualidad de sus resonancias en el presente. El tema de la elaboración de la memoria enquistada se complica porque se asimila a los reclamos de absolución o indultos disimulados en propuestas de reconciliación, que encubre la exculpación de los responsables de delitos  en nombre de intereses abstractos o superiores como son la homologación de todas las culpas por igual y la necesidad de restablecer la unidad de la comunidad. Recordemos lo dicho acerca de los lazos sociales fundados en la referencia al ideal y sus efectos de odio y segregación.

La experiencia argentina ha demostrado como la lucha contra el olvido en demanda de verdad y de justicia de las Madres, los Hijos, los organismos de DD.HH y la militancia social y política hizo posible que la reacción al dolor y al sufrimiento por lo sucedido tomara el camino de la venganza y perpetuara la ceguera del trauma y la repetición de sus efectos. 
Tal vez, es mi posición, haya llegado el tiempo de profundizar los niveles de elaboración hasta ahora dispuestos. El objetivo tiene por doble propósito liberar la subjetividad social del cerrojo que la fija a un pasado de muerte y horros y, en el mismo movimiento, disponer de una potencia de pensamiento que no derroche la parte de realidad negada en la exclusión de lo propio en el otro.
Es de mi consideración si a las necesarias reparaciones jurídicas y políticas, imprescindibles, no para entrar en el túnel del tiempo y modificar el pasado sino para restablecer, en el ejercicio de las inculpaciones y deudas sociales y de justicia correspondientes, la trama simbólica que las trasgresiones ocurridas hubieran dañado, no deberían sumarse lo que podría designarse como reparaciones subjetivas.

Voy a exponer dos ejemplos de reparación subjetiva en los que pueden visualizarse algunos mecanismos intervinientes y sus distintas consecuencias:

En el primero, G.F., en una entrevista publicada en el diario Clarín (22.IX.12), el relato de sus padecimientos durante la dictadura militar deja lugar en lo que para ella supondría dar término definitivo a la continuidad presente de los tormentos del pasado.

En el año 1976, a los 19 años, siendo universitaria y ex militante estudiantil, es secuestrado, torturada y violada durante tres días. y torturada. Liberada se exilia en España donde reside. Durante 25 años se resiste a recordar e incluso a comentar todo aquello que pudiera evocarle lo sucedido hasta que en ocasión de una aplicación de acupuntura con electricidad comienza a recordarlo: "…de pronto, un pasado mil veces borrado, enterrado y olvidado se me transformó en palabras, en narración y en lágrimas y escribí un libro: Detrás de los ojos".  "Comprendí entonces que el odio y la sed de venganza no me ayudarían a apaciguar ese dolor que vuelve con el recuerdo y se despertó, en cambio, el deseo, la necesidad casi, de encontrarme alguna vez con esos hombres cara a cara, sin venda en los ojos esta vez en mí el recuerdo. Hablar con algunos de ellos como hablan dos personas adultas de algo que les concierne, de algo que ha tenido y tiene un especial peso en sus vidas". "Mirarnos a los ojos y reconocernos, poder hacerles preguntas, ahora ya sin miedo, de igual a igual, sin violencia y sin amenazas. Explicarles lo que sentí y poder oír lo que ellos quieran decirme, juntar las partes de una escena pasada siempre viva".
Relata que, tiempo después, visitando el lugar de detención sintió sensaciones extrañas e inquietantes precisamente en relación con agresiones sexuales. "En la sala de tortura todo era extremo y también claro: dolor, gritos, violencia en estado puro, odio, terror gritos desgarrados, llamar a mi madre, el tiempo se detiene y el mundo entero que se derrumba"
"Es el pozo más profundo, el lugar al que no se quiere volver ni siquiera en el recuerdo, imposible de revivir, el punto negro al partir del cual se cae y se cae e un agujero sin fin, clavado en mi cuerpo para toda la eternidad"
Pasillo camino al baño, cuenta lo insólito de que mientras la manoseaban le hablaban: "Cuerpos sin caras, manos sin cuerpo, penes sin identidad, sin ojos, sin rostros. Lo que estos cuerpos me transmitían ya no era lo mismo que en la tortura, era algo distinto como desesperación, como angustia… de soledad y de locura, una desesperación que buscaba sosiego en ese contacto fugaz, torpe absurdo, grotesco 
"Sentime", mormuró una voz que parecía un ruego, una súplica de consuelo. Se ubica frente a lo ridículo de las abstracciones que la llevado a aquel sótano: en lo más profundo y verdadero todos éramos parte de lo mismo tocar la carne de esos hombres era también tocar sus almas y sentir su propio dolor, su locura  su desesperación: la carne de uno  otro se decía mutuamente su dolor desesperado su terror y las almas contactaban por un segundo al descubrirse en su semejanza en su pertenencia a algo común".

El otro ejemplo es tomado de las conclusiones a las que arriba el protagonista de la novela de Cesare Pavese. La casa en la colina, al término de la Segunda Guerra, en la que hace balance de una posición subjetiva que lo llevó a mantenerse al margen de las definiciones y riesgos que asumió el resto de su generación. "Los encuentros y los hechos de este año me obsesionan, pero que ocurre que a veces me pregunto ¿qué hay de común entre yo y este hombre que ha escapado de las bombas, de los alemanes, de los remordimientos y del dolor? Ese yo que me ve observar con recelo los rostros y las ansías de estos últimos tiempos, se siente otro, se siente desapegado, como si todo lo que hizo, dijo y sufrió hubiera sucedido ante sus ojos como cosas ajenas" "He vistos a los muertos fascistas. Estos me han despertado. Si un desconocido, un enemigo, se convierte al morir en semejante cosa, si uno se detiene y teme pasar delante de él, quiere decir que el enemigo, aun vencido sigue siendo alguien, y que después de haber derramado su sangre, hay que aplacarle, hay que dar una voz a esta sangre, justificar al que la derramó. Por eso toda guerra es una guerra civil: cada muerto se parece al que queda con vida, pide cuenta de su existencia. ¿Qué hacemos con los caídos? ¿Para qué han muerto? No sabría que responder. Acaso sólo los muertos lo sabrán, y sólo para ellos la guerra ha terminado realmente"

Los ejemplos plantean dos opciones frente a la ineludible relación con el prójimo. Lo primero que se advierte es que la primera lo piensa en una relación de diálogo y, por eso, con el prójimo vivo. El segundo, es un monólogo culposo en el que la lucidez solo sirve a la certeza de lo imposible.

Cuanto de la imposibilidad en transformar la realidad, pasada o presente, siempre vivida a causa del otro que la impide, no se aliviarían de recuperar el obstáculo extrañado en él en ámbito de lo propio que lo expulsa.

 15 de Noviembre 2012

*Trabajo presentado en las Jornadas del Dpto. de Psicoanálisis y Sociedad de la A.P.A. en la mesa "Sucesos Argentinos enlatados y enlutados", 2 y 3 de noviembre de 2012. 







El "prójimo", el próximo, lo cercano, algo distinto del verse a sí mismo, posición del sujeto que surge por la invocación de otro sujeto que lo coloca como tal. Invocación que instaura el prójimo significa "llamado" (Espasa Calpe).  Para contar un chiste preciso avisar al otro, apelar a su complicidad en una expectativa de goce que precisa el simulacro de acordar la aceptación de la ingenuidad que opaca el "como sí" el doble sentido no existiera y estar dispuestos a la sorpresa que el remate del chiste va a provocar.

Lacan: el prójimo es la inminencia insoportable del goce" Expansión de lo real que anula el Otro y, por eso, el acceso al deseo.  

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