lunes, 4 de febrero de 2013

UN APURO QUE ATRASA



Signo de época, la puesta al aire de inconciliables antagonismos apuesta revivir la melodía de una "revolución permanente", que la letra chica de los pobres argumentos y las proporcionales réplicas desmiente hasta el hastío. Otra inflación encubierta, esta vez del discurso público, que la sobreactuación de oficialistas y opositores rivaliza en maquillar. El consenso generalizado por el-respeto-a-las-diferencias oficia en formación reactiva una agresividad verbal correlativa a la absoluta coincidencia de los confrontantes acerca de la inevitabilidad del modelo: el de la sociedad de mercado en un mundo globalizado bajo su imperio. La coincidencia de premisas y metas fuerza una parodia de polémica, funcional a las postulaciones acerca de quiénes y cómo rivalizan en mejor gestionar y administrar la ideología hegemónica.

La idea de estas líneas es establecer algunos de los mecanismos que intervienen en el compromiso de la subjetividad con tal estado de cosas, en particular los referidos a la memoria, el pensamiento y el conocimiento de la realidad, en función de la posible elaboración de los duelos por el pasado social reciente. El objetivo que las guía coincide en la inteligencia de que un análisis acerca de los comportamientos de la subjetividad social, interpelando las teorías establecidas en torno a la función sujeto, pueden hacerlas avanzar, entre otras direcciones en la que me interesa, en torno a los destinos de la pulsión en relación al lazo social, al trabajo y a la sublimación.

Para empezar, quisiera referirme al hecho paródico de tomarse por discusión política la imposible, por inconducente, riña entre idénticas posiciones, coincidentes en proponerla como ejemplo de recuperación histórica, la del retorno de "la política". Un rescate de su exilio frente al terror de los 70, el conformismo de los 90 y, la miseria del 2000. La operación, por la que un contenido psíquico es negado bajo la coartada de exhibirlo, fue descripta por Freud como fetichismo. La elaboración de la soberanía de los sujetos sociales perdida en los mencionados hitos hasta alcanzar su mayor expresión en las movilizaciones contra la falta de representación de los gobernantes, en las visiones alternativas de democracia directa y autogestionarias y en los ensayos de organización productiva a cargo de sus agentes, han quedado asimiladas al "logro" del retorno de confiar en las virtudes benefactoras del Estado, al módico precio de dejar todo en sus manos. 

A diferencia con el pasado en el que aquella consigna, de poner todo en cuestión por cuenta propia, tenía por correlato el paso de la crítica por el de la acción, la contundencia de los discursos induce hoy a un caro equívoco: el que la violencia de las palabras simule una lucha radical en torno a causas y fines, sin que la potencia de la reflexión que debería orientarla evite que se consuma en puro acto verbal (flatus, bah…).

Así, el abordaje de las cuestiones, que la cotidianidad presenta, naufraga en el vértigo farragoso de incesantes "novedades" que embotan los sentidos, absortos en la espectacularidad de escándalos y falsos enfrentamientos entre clonadas posiciones.
Ya hace tiempo que la máxima polarización presente en los discursos es la que se disputa el centro, la equidistante distancia de todo extremo: El de la izquierda tan evitado como el de la derecha a la hora de no espantar a un electorado hipersensible a los fundamentalismo de cualquier signo. Lo demuestra la evidencia de que nadie se asuma francamente como capitalista sin, antes aclarar, su rechazo a sus modalidades "salvajes" (Reagan, Tatchers, "los 90") y demoníacas (el neoliberalismo).
Alumno aplicado de las tretas del fetichismo es el periodismo vigente. Su profesionalización ha impuesto un "formato de manual" funcional e incluso superador del sentido que más que servir modeliza. Lo dicho sobre la superficialidad de los "debates", inmunes al recurso a toda razón estructural parece estar destinada en exclusiva a sostener la audiencia, algo a lo que se aspira en clave de video clip: denuncias, caricaturas, chicanas. Frente al riesgo de extinción del espectador por "desatención", en rigor", de su dispersión por deslizamiento hacia mensajes de banalidad equivalente, se trata de suscitar su identificación con lo percibido en "tiempo real" con las virtudes de lo verdadero o real. Es decir, lo portador del valor merecido por lo que "está sucediendo", induciendo en el espectador la coincidencia y sustitución de una experiencia subjetiva que abona su creencia en haber sido partícipe de la realidad. Es evidente la interesada vinculación que estas certezas tienen con las promocionadas metas de "participación", "protagonismo" e "inclusión" presentes en todos los discursos de la moral política a cargo de la instrucción cívica.
Es obvio que el de la reflexión, del pensamiento, es el opuesto al tiempo, instantáneo, e inmediato del reflejo. Los de estos últimos, con la univocidad de la fisiología se enfrentan a los propios del sujeto en lo que hace a su equivocidad, que son los de la imaginación.

Un salto que retrocede

A poco de su debut en la opinión pública la noción de persaltum, sufriendo en su recurrente enunciado idéntico trámite que el de su ignorada enunciación, ha pasado al olvido solapada en la sucesión del "más de lo mismo" que ocupa la pantalla.

La alegoría freudiana del block maravilloso, que confinaba la funcionalidad de la percepción de la conciencia a la fugacidad del testimonio sensorial de la realidad en su inmediata disolución, buscaba mostrar como esa discontinuidad estaba dispuesta en función de las demás instancias del psiquismo. En primer lugar la del pensamiento, que teje su labor gracias a la fijeza de las huellas que sostiene la memoria de lo vivido en su demora. Detención esencial a la tarea del psiquismo de recreación-creación de la realidad. El sujeto supuesto a esa función proveerá los motivos a esa función, tarea en cuya solución encontrarán cauce los propios.  

Circuito en el que se libra un compromiso entre objetividad y subjetividad, que nada sabe de la alianza simplificadora que proclama como única verdad la que la realidad propone.

Al margen de la estricta definición jurídica del concepto de persaltum, a nuestros fines de ver su correspondencia con las lógicas presentes en la discursividad de lo social y político, basta con las nociones surgidas de su puesta en uso. Tanto, las que vertebran las acciones y justificaciones del accionar del poder como las que racionalizan los consensos a favor o en contra de los sujetados a sus mandatos.

En los textos elementales el persaltum se describe como el recurso jurídico que permite saltear los pasos establecidos en el normal desarrollo de una causa, desestimando factores prescriptos regularmente. En otros términos, válido en cualquier juego, el ingenio de saber tomar los atajos de las reglas a favor de alguna de las partes. 

Mi interés en mostrar la homología de ese circuito, que apela a la excepcionalidad en provecho de lo propio, es destacar la homología de ese modelo con el registrable en la subjetividad social cuando relativiza y suspende los imperativos legales cuando tal acto conviene a sus intereses frente los de sus semejantes. "Acá la ley somos nosotros", fue siempre la fórmula de recibimiento en cualquier campo de concentración.

La ceguera de las insignias

Para profundizar en esas modalidades de la subjetividad voy a centrarme en los mecanismos de reacción de los sujetos ante las pérdidas resultantes de hechos socio políticos, sean víctimas o responsables como testigos. Es obvio, que lo mencionado como mecanismos describen siempre, a pesar de las circunstancias, opciones de sujeto, siempre determinadas en última instancia por su singularidad deseante, aun cuando su masividad pueda aparentar la uniformidad asignada  las situaciones límites.  

Con la reserva de posible extrapolación es posible asimilarlas a las estudiadas por el psicoanálisis como reacción de un sujeto frente a la pérdida de un objeto significativo por su ligazón libidinal y narcisística con el mismo. En esos casos, quien la sufre ve amenazada la continuidad de su identidad y percibe que ya no dispone de los medios que tramaban su entorno afectivo y daban sentido a su ser.

Dada la "naturaleza" simbólica en que transcurre la realidad de un sujeto toda pérdida, amen de la carencia actual del objeto en cuestión, carga con la resonancia de la disolución del vínculo libidinal originario que, como deseante, lo hubiera constituido. A esto se suma el corte con la vía reencuentro con la satisfacción primera instalada en su historia . El que esa falta fundante, transite el desfiladero del significante no supone que sus carriles sean autoportantes y que su función de representancia nada deba a la vivencia que se sirve de su tránsito. La prueba es que la reposición de su vacancia precise de otra materialidad que la disponible en el mercado de significantes. El punto es que la superación de una carencia, suceso que no por permanente sea siempre advertido, precisa que el deseo desligado vague errante hasta recalar en un sustituto, que restituya el circuito fantasmático interrumpido o, en su defecto repita en insatisfacción, la fidelidad al goce inaugural privada de renuncia: porque como aquel no habrá ninguno igual.
Destino que dependerá del grado de corte que el sujeto haya consumado según se trate de un irrenunciable "amor propio"  o, el resignado recuerdo de un pasado sin retorno.

Un espacio que no da lugar

Es en el registro anterior que resulta una incongruencia decretar un espacio a la memoria. Para el caso el asignado a la  ex ESMA fundado en el imperativo de impedir el olvido. El hecho padece un vicio de origen responsable de las contradicciones y malestares que viene acompañando su existencia. En ese punto, mi posición, es que ese imperativo anula el propio fin al que, se suponía, estaba destinado el proyecto: recordar-pensar lo sucedido en el pasado.
La positividad de organismos, siglas, programas, actividades y declamaciones conspira con la necesaria inducción de una reflexión que de fe, desde el presente, de los deseos en los que los faltantes, por desaparecidos o ausentes, en la irrecuperable transmisión de los maltratos vividos tuvieran ocasión de reencontrarse con las subjetividades sociales.  Los que, entonces, legatarios de una continuidad, intransferible sino en la actualización con que aquellos deseos se reconocerán en la vivencia de los propios. Esto, a pesar de que las "consideraciones a su figurabilidad" renueven los medios de su representación,  acorde a los tiempos históricos presentes, podrán restablecer una filiación de sentido a compartir entre los sujetos políticos que el recuerdo convoca.
Es evidente que la transferencia de memoria, que en ese caso, procura el recuerdo de lo que nunca fue más que en la vocación militante; aquella que tiene por causa lo "aun no sido", resulta condición compartida del encuentro con el inconciente y de la revolución social.

Es preciso retornar a lo dicho acerca del desmentido de la asimilación de la "realidad" a su percepción, desconectada de las huellas de lo vivido por un sujeto, cuando hace lo que lo hace. Es por esa consustancialidad, fundante de subjetividad en acuerdo de lo ajeno y propio, la que explica el efecto desorganizador de toda pérdida.

Lo que todo duelo tiene de violencia, pena y dolor mal puede ser sub-sanado  con la exterioridad de artificios supletorios que alivien la herida que deja una pérdida, a mera reposición e lo otro exterior ausente, negando que es parte propia. De ese equívoco, confundir reparación con el ilusorio intento de procurar un repuesto al faltante, ya que es esa misma pérdida la que da a éste ese estatuto. El que, a su vez, dará razón al sufrimiento de su carencia, cuando actualiza aquel hueco que alojara la ausencia del goce que lo forjó y que su actual presencia reaviva.

Esa correspondencia entre memoria y duelo se ilumina en una fórmula de Horkheimer: todo olvido es una reificación y toda reificación un olvido. Apostar al objeto, para el caso el del recuerdo fetiche que aporta para el monumento y convoca a la capilla, pero no construye esa memoria que implica la transmisión de una falta disparadora de soluciones inéditas porvenir.

El disparador de este comentario fue la intervención del ministro de Justicia de la Nación, en torno a la memoria y los derechos humanos, en cuya enunciación se adjudica una representación de lo social pleno en cuyo nombre habla, indiferente a que se posiciona vocero de un lugar cuya condición de universalidad surge en tanto vacío de toda particularidad y, menos aun, de todo partidismo. Una legitimidad que el funcionario, en rigor, debería garantizar y que sólo el devalúo de la institucionalidad vigente explica como indistinción entre lo público y lo privado.

Asistimos así a otro abuso del persaltum, en el que lo público como es la producción de sentido respecto de nuestra historia común, resulta expropiado y manipulado a favor de una de sus partes. Para colmo, el promocionado todo ni siquiera cuenta con el quórum de sus subordinados, forzados a engrosar un consenso inexistente.

La trayectoria del persaltum tiene historia. Su reconstrucción tiene un punto de inflexión. Fue cuando el recuerdo del terror y de una sobrevivencia atravesada de ambivalencias, hizo que una mayoría de la sociedad se negara a encararlo. Es decir, a abrir juicio sobre la historia de una época que culminó en el terror de la dictadura militar, oponiéndose a un debate sobre las causas y responsabilidades colectivas que pervirtieron el ejercicio de la política, en el cual la violencia jamás es ajena, en abierta guerra civil. La consecuencia de esa evitación fue la reducción de ese análisis a un enjuiciamiento moral en abstracto al uso de la violencia como instrumento social, eludiendo interesadamente la toma de conciencia de las causas y de los fines que en esa vía se proyectaban que, así, naufragó en la desmesura trágica de una retaliación que tomó el relevo de toda deliberación posible. 

Ese primer persaltum impidió el tratamiento a fondo de las causas de la violencia política al traducirla en clave de guerra, una indagación que hubiera ayudado a abordar las razones del desvío y agotamiento de una movilización social, que abortó en estrategias negadoras de sus mejores tradiciones. Me refiero a las que calibraban la acción política acorde a los ritmos del movimiento real de las masas, en función de su horizonte de conciencia alcanzada y a las premisas que entendían lo social patrimonio de estructuras transindividuales y no efecto de defectos morales aniquilables en la persona de sus portadores. .

Persaltum fue también la ecuación usada en el remplazo de las categorías políticas por su muleto reivindicativo en razón absoluta por DDHH, confusión justificada en su momento, por la prioridad de proteger a los militantes de la represión. O sea, la imposibilidad de pensar la política fuera de las cuestiones de vida o muerte vividas que exigían las condiciones de la dictadura militar; en la qué el horizonte –prepolítico— se limitaba a garantizar el respeto por el elemental derecho a la vida, aun renunciando al proyecto de elegir que hacer con ella.  


El restaurant del pasado

La ingesta,  es el modelo elemental para resolver una pérdida: llenarse de nuevo. El fracaso del intento dice del rechazo al trabajo de tramitar el olvido y es la prueba de la dificultad del sujeto en asumir la decepción por la ilusión de completitud que el vínculo roto prometía. Como que es muestra, a la vez, de la contingencia que rige a toda otredad verdadera.

Basta pensar en la resaca de las tradicionales fiestas de fin de año, en las que la euforia apenas alcanza para hacer el aguante de un balance que sepulta, en gula, la inexorable constancia del vaciamiento que las nutre y renueva. 

La crítica del sujeto político, basada en la reconstrucción de su práctica concreta en una particular etapa histórica, tiene en cuenta tanto la coherencia ética de las razones, que su decisión militante accionó, como la consecuencia que la misma tuvo con los resultados y los costos humanos y políticos de su derrota o fracaso. Lo cierto es que esa valoración debe librarse en similar plano, es decir, si bien el conocimiento psicoanalítico de la dimensión inconciente arroja luz sobre los caminos del sujeto, las razones y elecciones determinantes de su comportamiento, en el marco de una práctica social y política, desbordan los marcos del análisis de una subjetividad que se deben más a otras razones ligadas a su juego en el seno de determinantes sociales que exceden los de su individualidad. El que el ideal político integre la meta por el acortamiento entre ambas dimensiones, no absuelve el pase obligado por exigencias que relevan su prioridad instrumental hasta los cambios estructurales que ofrezcan condiciones distintas a su renovación.

El salto hacia adelante que cursa el persaltum, se vale de un anacronismo, el de los modos del proceso primario inconciente, que no sabe de la legalidad irreversible del tiempo que rige la realidad del trabajo-militancia al ser una praxis dispuesta para el acuerdo sumido entre individuos-agentes de un proyecto convenido.

El modelo del persaltum aparece en lo que lo que dice de un pacto de la sociedad de conjunto en no revisar su historia, su auxilio reside en el refuerzo reactivo del imperativo de extenuarla en una memoria compulsiva sobre el pasado, al que asistimos postdictadura. Precisamente, en el persaltum, salteándose las secuencias causales que dan comprensión a los hechos, se repiten recursos de anulación idénticos a los de la neurosis obsesiva, cuando precipitan conclusiones elidiendo y ocultando los nexos y conjunciones que allanarían el sentido de sus premisas.

Caso del carnaval: potencialmente tan expresión de transgresión como de ratificación de la sumisión a lo sagrado… siempre que su contexto sea el de una subjetividad que, ayuno y la plegaria, mediante, consagra la expiación pascual del creyente. En el caso del persaltum los usos y costumbres de la subjetividad cotidiana, operan lo inverso: la oferta de otro "fin de semana largo" aleja toda reflexión acerca de la conmemoración que la efemérides cifra para nadie. 

Pensemos en esta misma dirección lo que puede surgir de una experiencia murguera, de una clase de cocina o de un asado… en consecuencia con la pena por los sufrimientos ocurridos en ese espacio de memoria, de los interrogantes acerca de las subjetividades presentes en víctimas y verdugos y de la responsabilidad de sacar experiencia de lo ocurrido para procesar otras formas de hacer política. Aquellas sensibles a la influencia del espacio, fáciles de evocar como el temor y la indignación justiciera. Otros menos confesables de reconocer como el de otros fantasmas que avizoran el deslizamiento del sadismo con el impulso a la venganza y, los que, ambivalentes, superponen furia con impotencia y culpa con vergüenza, al descubrirse dudando acerca del perdón y la compasión.


Testimonios de empleados convidados al evento, buscando tal vez justificarse, confesaban que de fiesta tuvo poco: se les atragantaba la comida: Es que sólo el exceso de metáfora puede equiparar la digestión con la elaboración psíquica. Es elemental que la ausencia de transferencia, esa condición freudiana que advertía acerca de la imposibilidad de que un sujeto, para resolver las interferencias presentes de su pasado, si no es haciéndolo suyo.

Conmoverse, con los padecimientos de las víctimas, no alcanza para reconocer, como corresponde, sus deseos en su resonancia actual con los propios y mucho menos, sobreponerse al repudio de toda inclinación a sospechar alguna comunidad de sujeto con los goces de los represores. Aun sabiendo, desde el psicoanálisis, de la equivalencia para el superyo entre deseo y acto y de la improcedencia jurídica de condenar intenciones.

Cuando, tiempo atrás, una persona invitada a integrarse al proyecto de la ex ESMA me consultó acerca de cual era, en mi opinión, el destino deseable que pudiera adjudicársele le contesté con la misma convicción que me acompaña en estos días: la oportunidad de pensamiento y elaboración de la realidad presente, a punto de partida en el tratamiento del pasado reciente. Algo no reñido con los juicios de verdad y justicia que vienen desarrollando desde el Juicio a las Juntas que los inauguraran, pero que no los agotaban, quedando como patrimonio de otras instancias de análisis e investigación.  .

Me refería al trabajo específico sobre la relación entre subjetividad, política y ese fracaso de la política que es la violencia social cuando se militariza. 

La buena memoria no olvida la mala

Una actividad de investigación, debate y elaboración que requería precisos métodos disciplinarios (filosofía., antropología, historia, ciencias sociales y políticas y psicoanálisis). El asunto, y la dificultad que la propuesta acarreaba, era partir del reconocimiento de la condición agresiva latente en todo lazo social y, por ende premisa de toda consideración de la violencia política, sin provocar la condena de quienes verían en ello una absolución de los respectivos "errores y excesos" incurridos por los confrontantes. En otras palabras, que mi planteo descontaba la necesidad de dar la palabra a "buenos" y "malos".
Eso incluiría a todos los que por protagonismo o simpatía con los subversores del orden existente como a los ejecutores o cómplices de su ahogamiento por el terror, que por igual apostaban al persaltum  de desconocer la autonomía de los respectivos beneficiarios de su auto asumida misión salvacionista, autorizándose en la urgencia de la razón y la verdad respectiva, para acortar el camino de sus mejores intenciones para con el resto.

"Estamos embarazadas de nuestros hijos", fue la consigna que organizó desde el comienzo a las Madres de Plaza de Mayo, en este claro ejemplo de identificación, recurso vincular propio del estadio oral de la libido, como medio de recuperar el objeto que les fuera arrancado: ser lo que no se tiene", mecanismo que por regresión pretende  negar su pérdida actualizando, en la evocación, la presunta realidad anterior al corte que hubo de instalarlo como sujeto de su destino político, es decir, inscripto en el orden público ajeno al de las lógicas del psiquismo. La indiscriminación de esos planos lleva a que la relación con el objeto transite los dominios de la ficción y la convicción de mismidad que, primarizando la visión de la realidad, así privada de la objetividad que da la referencia a lo social común se confina en las certezas de un pasado sacralizado. 

Banquete-asado: ritual consagrado a negar en el clearing maníaco de performances populistas esa pena que, si encuentra disipación en la psicología de masas, está lejos de equipararse con la auténtica política. Me refiero la que, en cambio, entrena en la autonomía de los proyectos y fines en sus prácticas cuando las privan del derroche de goce que ofrece dejarse llevar por las impresiones de la realidad en crudo.

Llamar espacio de la memoria a un acuerdo general en no trascender las congeladas historias oficiales, haciendo a un lado la competencia intelectual por la acumulación de poder, es otro abuso del persaltum. El que elide el trámite de fundamentar ese objetivo, presentándolo como conclusión de un proceso que se auxilia en el remedo de confrontación entre presuntos antagonismos, lo que en rigor no excede la puja en la interna del sistema capitalista por su versión más aggiornada.
.
Más allá de las sobreactuaciones populistas de un lado y los escrúpulos democratistas del otro: la propiedad privada, el libre mercado y la "justa" relación capital-trabajo no se discuten. Ninguna voz denuncia la falacia de igualdad del fifty/fifty: la mitad de la riqueza para una minoría de patrones-propietarios y la otra mitad para los millones de sus productores.

Frente a este estado de situación las posiciones y prácticas, contestatarias y críticas, que pudieran resistir a una reflexión política asimilada a sentido común y pertenencia al medio social, ya pueden apostar al encuentro con reservas libertarias e igualitarias, extraviadas a las que prestar voz y facilitar conciencia para sí. Tampoco alimentar la esperanza, efecto de la anterior premisa, de que ese desencuentro de los sujetos con su esencia alienada acumula, en frustración, un malestar prometedor de un big bang  re fundacional.

Menciono apenas dos razones para desalentar esa ilusión: una, que por lo que el psicoanálisis muestra de la naturaleza del síntoma, aquel en sí que adormecía en el capullo al "hombre nuevo", nada reniega del gemelo que concretamente encarna su lugar en el mundo, otra: que el mercado también está al tanto de ese malestar y sabe sacar rédito de su reciclaje en ofertas alternativas de goce que lo colmen.

En síntesis, enderezando a Clausewitz, llegamos a la conclusión que la guerra lejos de ser la continuación de la política por otros medios es su derrota, arrastrando consigo las funciones garantes del sujeto: la memoria y el pensamiento. 

20 de enero de 2013.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario